
La realidad social no es rédito político
El viernes 15 de abril, Viernes Santo para la Comunidad Cristiana, se tiñó de sangre inocente en Ceuta, por mor de un hecho trágico que conmocionó a todos: el asesinato de un niño de 15 años, Ibrahim Buselham por un disparo en la cabeza. Este luctuoso hecho, que ha provocado alarma social y crispación, supone un punto de inflexión en el ámbito de los pistoleros que campan a sus anchas sembrando el terror.
A nivel de sociedad, como ocurriera aquél 13 de julio de 1.997 con Miguel Ángel Blanco, asesinado de un tiro en la nuca por la banda terrorista ETA, también la sociedad española se alzó en voz y manifestaciones como signo de repulsa colectiva a una atrocidad muy similar a la que se ha dado en Ceuta.
La sociedad se defiende y muestra su sentimiento de horror cuando hechos tan traumáticos como éstos, alcanzan niveles alarmantes y provocan un sentimiento de condolencia que lleva al sufrimiento y a la preocupación. Tal atrocidad es inasumible en una sociedad civilizada.
Llegados a este punto queremos saber si estamos protegidos y si la autoridad ejerce sus funciones con eficacia. No es de recibo, reclamar serenidad ante el derramamiento de sangre inocente con impunidad, ni atribuir al rédito político la crítica justificada a un hecho que nos lleva más allá de la perplejidad al dolor por una vida en ciernes truncada por un balazo certero y asesino.
De aquellos polvos, llegaron estos lodos, dice el refrán que siempre entraña una sabia enseñanza basada en la sabiduría del pueblo al que conviene escuchar de vez en cuando. La advertencia anticipada en repetidas ocasiones, proveniente de quien provengan (dejemos las siglas a un lado y mucho más por qué los refranes se convierten en sentencias complacientes de buenismo al uso y abuso del "bien queda"), adquiere ahora una vigencia y trascendencia de primer orden porque los irrefutables hechos, nos sitúan en una cruda realidad de máximo dolor y gran indignación por lo que pudo evitarse y no se hizo, porque los refranes se convierten en sentencias y, por desgracia, en esta ocasión, en sentencia de muerte.
La expresión mencionada, a la que se le atribuye una vigencia de seiscientos años, nos lleva a una realidad que había sido la expresión anticipada con la delincuencia incontrolada de incendios en vehículos y contenedores como síntoma de desestabilización social continuada. No se ha puesto freno a estas fechorías y ahora resulta que se acrecentó el desvarío, asesinando a un niño.
Ahora, hay quien con fórmulas hipócritas parecen sorprenderse de una situación de deterioro social que nos lleva a concienciarnos que hubo situaciones que llevaban a muy malos derroteros. No cabe el disimulo ante una barbarie terrorista descontrolada. Ceuta no merece la incapacidad de las autoridades puestas en el disparadero con este último caso de "ley del oeste", como tampoco los ciudadanos hemos de sentir preocupación por una política decadente en la gestión.
Las evidencias descubren incapacidades de gestión. Se ha focalizado con inusitado interés a un partido como el elemento distorsionador de la convivencia en Ceuta, como si los pirómanos incontrolados y los pistoleros asesinos, fueran un invento sin fundamento en nuestra ciudad pequeñita y mediterránea.
Déjense los políticos con responsabilidad de Gobierno de echar balones fuera, asuman sus responsabilidades, gestionen con eficacia la vida de todos nosotros, impidan una sociedad en deterioro y no lleven a Ceuta a una decadente y apocalíptica dinámica. Si no se endereza el rumbo, Juan Vivas y la Delegada del Gobierno, pueden olvidarse de Fondos europeos, planes estratégicos, y montajes de todo tipo. Si Ceuta se convierte en reducto incívico, destructivo y amenazante para vivir en libertad, de poco valen los grandilocuentes mensajes de convivencia y, mucho menos, que nos vendan humo a través de múltiples promesas incumplidas.
La sociedad ceutí no puede convertirse en un mundo de película. De película del Oeste americano, donde prevalezca la ley del más fuerte o se utilice la Ley del Talión del "ojo por ojo y diente por diente". Si el que quita la vida ha de ser condenado a muerte, si el principio antiquísimo de justicia donde el daño hecho debe recibir como respuesta un daño idéntico, sobran los políticos y esos dirigentes que no son capaces de mantener los principios básicos de la convivencia: la paz social y el orden.
Es momento de soluciones drásticas y de resultados eficaces. Una vida en ciernes cercenada, bien merece una resolución eficaz de la autoría por tan espeluznante acción criminal. De los dichos, hay que pasar a los hechos.
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