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Antonio Marchal-Sabater
Jueves, 15 de Julio de 2021

La contrarrevolución cubana

Desde hace unos días, miles de cubanos invaden las calles de La Habana, protagonizando la protesta más importante desde la guerra de los diez años (1868-1878), —menciono esta y no la de 1895, que culminó con su independencia, porque la segunda estuvo dirigida desde los Estados Unidos. Puede que los hechos de ahora también. Vivimos en un mundo globalizado y, aunque aún esté por demostrar, no me extrañaría—.

 

Ya había antecedentes. En agosto de 1994 se produjeron otras algaradas de dimensiones similares, el famoso “maleconazo”. En aquella ocasión el pueblo, léase: jóvenes, adultos, ancianos…, unieron sus voces contra el gobierno de la isla exigiendo libertad. ¿Por qué? Porque la economía cubana se había destruido; escaseaba la comida las medicinas, la corriente eléctrica y la gente se echó a la calle, se enfrentó violentamente a la policía y como en todos sitios rompieron escaparates y saquearon negocios.

 

Aquella revuelta fue mitigada por el propio Fidel. Lo hizo de forma pacífica, pero tuvo que ceder y abrir las puertas del país; oportunidad que aprovecharon miles de cubanos para lanzarse al Caribe en balsas improvisadas y, jugándose la vida, alcanzar las costas de Miami.

 

Algo muy parecido es lo que está sucediendo ahora. El pueblo —término muy recurrido de la izquierda— se ha hartado de todos los “mimos y cuidados que le proporciona el régimen” —internet tiene buena parte de la culpa del hartazgo, no en vano, ha permitido a los cubanos compararse con los europeos y estadounidenses— y se han echado a la calle.

 

¿Ha influido la pandemia en ello? Por supuesto que sí. No me cabe la más mínima duda. Si economías más fuertes y gobiernos sólidos y democráticos se han tambaleado, por qué este no, siendo más sátrapa.

 

Los líderes de la revolución, los castristas que han heredado el régimen, —por cierto, que a la izquierda española poco le importa eso. Están muy preocupados por el hecho de que nuestra monarquía sea hereditaria, aunque no gobierne, pero no les preocupa que los Castro nombren gobiernos a dedo, que la soberanía de la nación cubana no esté representada, que el poder judicial no exista y los jueces sean nombrados a dedo por ellos mismos y juzguen a su placer, que no haya libertad de expresión o de prensa, o que Fidel tenga monumentos en todas las plazas. Ningún progresista español, incluido Pedro Sánchez, reconocen una dictadura en Cuba. Él, que pacta sin ambages con los golpistas catalanes o los terroristas vascos, que se quejan de que España no es una democracia real y por eso los oprime; no ha tenido ni una sola palabra contra la dictadura cubana, no se atreve ni a calificarla de tal, no quieren poner etiquetas (dijo Calviño) las dejan para Vox, la ultraderecha, la extrema derecha y demás. Ellos los epítetos según quien y cuando. Y no digamos nada de sus socios podemitas y miembros del Consejo de Ministros, entre ellos los hay quienes, sin rubor alguno, nos presentan al régimen castrista como ejemplo y futuro de España, como paradigma de la verdadera democracia. «El problema no es que ellos lo pregonen, el auténtico drama es que en España haya quienes los creen y los votan». Eso sí, para todos ellos los partidos constitucionalistas españoles, respetuosos de la monarquía, de la justicia y de sus sentencias, son fascistas. «Qué concepto más raro de Estado y de democracia tienen estos; luego no les gusta que los traten de psicópatas»—.

 

Les decía antes que los herederos de los Castro andan locos buscando responsables, pero no entre ellos, no en su forma de gobernar. Nada de eso. Como todos los progresistas que se precien de serlo, la culpa siempre es de los demás, que son muy malos. Ninguno de ellos recapacita en el cruel hecho de que la juventud no tenga futuro en su país, de que este no pueda ofrecerles una vida mejor, de que no puedan ni soñar con un futuro en libertad, de que sus únicas expectativas sean emigrar ilegalmente, tirándose al mar con un bidón de aceite oxidado y esperar a que las olas los lleven al otro lado del estrecho de Florida, al infierno de los Estados Unidos. Mientras su gobierno, además de calificarlos de mercenarios y lacayos del capital, pide a sus correligionarios que salgan a la calle a apalearlos, a luchar por su eterna revolución retrógrada, propiciando el enfrentamiento civil.

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