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Ricardo Espíritu
Miércoles, 26 de Mayo de 2021

La estrategia del terror

Los conflictos actuales (obsérvese que no estoy utilizando el término “guerra”) se caracterizan por la “baja intensidad”. En otras palabras, por el escaso número de bajas mortales. De hecho llegamos a considerar que un centenar de muertos, en cualquier acción, es una cifra insostenible.

 

A eso le sumamos que los países desarrollados disponen de armamentos cada vez más potentes a la vez que más reducidos en peso y volumen. Pero eso redunda en que también son extraordinariamente costosos. Así que los países menos desarrollados no pueden competir en capacidad destructiva con aquellos económicamente más fuertes, porque consideran que cualquier guerra convencional estaría perdida de antemano.

 

Y de aquí surge el terrorismo empleado como conflicto de baja intensidad. A principios del S XX, aún cuando algunos empleaban el término “terrorista”, estaba más comúnmente aceptado el de “anarquista”, no sólo por la procedencia del que lo perpetraba. El terrorismo es, pues, el recurso del que se sabe débil frente al que se concede que es poderoso.

 

La estrategia del terrorismo estriba precisamente en la facilidad de la ocultación, en la multiplicidad de objetivos y en que mantiene permanentemente la iniciativa. Frente a ella, los sufridores no pueden sino oponer recursos limitados y realizar un enorme esfuerzo de obtención de información que permita adelantarse a los acontecimientos y neutralizar la amenaza antes de que se produzca el ataque.

 

Pero estos días atrás hemos asistido a un cambio en la estrategia no por parte de los terroristas, sino por parte de los sufridores. Y me estoy refiriendo al conflicto entre Hamas e Israel. Frente a una estrategia de puro terrorismo diseñada por Hamas, el Primer ministro Israelí, en un antológico discurso ante el Parlamento, opuso una nueva estrategia de terror consistente en una escalada exponencial, con un limitado número de bajas -incluso con alertas antes de la destrucción de determinados edificios- pero con un efecto abrumador: llevar a la población al convencimiento de que sus casas serán destruidas y ellos definitivamente expulsados de su territorio.

 

En otras palabras, al igual que los terroristas inciden en la opinión pública de los agredidos, Netanyahu ha puesto la presión sobre la población de Gaza para que obliguen a sus dirigentes a cambiar de táctica bajo el convencimiento de la destrucción total.

 

Entiendo que el Primer Ministro Israelí era plenamente consciente de que al final debería alcanzar un “alto el fuego”, pero también estaba en su estrategia el que éste no se alcanzara hasta que se completara la neutralización de un número determinado de objetivos que se habían seleccionado también en función de su impacto visual, es decir, en función de lo bien que quedaría la imagen en los telediarios. En este claro mensaje israelí no importaba tanto el “que te lo contaran” como el “que lo pudieras contemplar”. Por eso no era sólo estratégicamente importante la voladura de los túneles que emplean los terroristas de Hamas, también había que destruir algún edificio grande y emblemático. Y que se viera que se destruía selectivamente.

 

Claro que uno puede llegar a pensar que estamos ante una situación de envite tras envite, en una clara escalada acción-reacción. Y como se dice últimamente “ojo por ojo… y el mundo se quedó ciego”.

 

Oí decir una vez al General Alonso Baquer que toda guerra es consecuencia de una situación de injusticia. Y que, para que haya un conflicto, la injusticia no tiene que ser objetiva, si no que basta con que una de las partes se considere agraviada por una de éllas.

 

A esto añado yo que para disminuir las injusticias, especialmente los agravios autoafirmados, lo que hay que hacer es negociar entre las partes implicadas.

 

Entrar en la estrategia del terror, nos descalifica como seres humanos.

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