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Ricardo Espíritu
Martes, 21 de Enero de 2020

Pánico a la discrepancia

A fuer de no ser original me permito reflexionar respecto de la polémica suscitada, una vez más, por la ministra Celáa y su afirmación de que los niños no pertenecen a los padres, afirmación por sí misma tan cierta como que el derecho de los padres a elegir el centro educativo no consta en la Constitución. Parece que a la Sra. Ministra le encanta citar a Perogrullo, sólo que diciendo verdades como puños, oculta la triste realidad de que a esta izquierda que nos toca sufrir, lo que realmente le da miedo es la discrepancia.

 

Vamos a ver. Como padre que soy, algo de experiencia en el asunto creo tener. Y en ningún caso he considerado a mis hijos como una posesión, sino como un regalo inmerecido, al que tenía el deber de educar para que fueran capaces de valerse por sí mismos una vez tuvieran la edad y los recursos para ello.

 

Recuerdo que cuando nació mi cuarto hijo un matrimonio francés nos preguntó cuál era el importe de las ayudas que recibíamos del Estado. Les explicamos que nos acababan de suprimir la ayuda de mil pesetas mensuales que percibía sólo mi mujer, porque nuestro nivel de renta era muy alto. Cuando por entonces mi salario era poco superior a las cien mil pesetas mensuales, las mil pesetas suponían una centésima parte del salario y apenas significaban algo en ese cómputo. Mientras, en Francia, por un número igual de hijos, la familia percibía inmediatamente una ayuda de unas cien mil pesetas mensuales, además del salario de la mujer íntegro para que pudiera quedarse en su casa, y la mitad de lo que costaba una señora que ayudara al matrimonio a mantener la casa. Además de otros beneficios prolijos de relatar aquí. Lo cual, por cierto, no ha contribuido a que las parejas de origen europeo tuvieran más hijos, si no a que los inmigrantes, especialmente los norteafricanos, pudieran vivir de las ayudas sin necesidad de trabajar.

 

Nunca el Estado nos ayudó. Los libros, en esa época, cambiaban cada curso. Los zapatos infantiles alcanzaban precios astronómicos. Y para poner mejor la situación, las hipotecas alcanzaban hasta el 18%. Y el Estado, ni estaba, ni se le esperaba. Lo más que conseguimos fueron buenas palabras de las buenas personas. La mayoría nos preguntaba recurrentemente (aún hoy lo hacen) si es que no teníamos televisión en casa.

 

En España tener hijos ha sido una gran aventura para los padres y ha exigido un sacrificio inmenso. Lo progre era no tenerlos, o tener uno como mucho. Lo moderno era vivir bien, sin privarse de nada, aprovechando los fines de semana para disfrutar yéndose a esquiar o de fiesta a Mallorca, o a la “movida madrileña” (“a colocarse y a loro”, decían entonces los progres).

 

Para que ahora, una liberticida vestida de Prada, me venga con la estupidez de que los niños no pertenecen a los padres. Me gustaría llamarle ignorante, pero lo que hace o dice lo que realmente muestra es un horror patológico a la discrepancia. Con toda la movida del “pin parental”, lo que pretenden es que nadie pueda poner en tela de juicio las nuevas realidades de laboratorio social que se acaban de inventar. Si los padres decidimos que a nuestros hijos no deben enseñárseles determinadas falsedades es en virtud de nuestra libertad de elección, sancionada, esta vez sí, por la Constitución, y por la Declaración Universal de los Derechos Humanos (Art. 26. 3).

 

Dicen los liberticidas progres, que el niño no pertenece a los padres. En la Camboya de los Jemeres Rojos se ensayó la pertenencia de los niños al Estado. El resultado fue un enorme genocidio de su propia población: hasta cerca de tres millones de personas, dependiendo de las fuentes. En el Régimen Comunista de la URSS, los hijos también eran educados en la delación de los discrepantes.

 

En el democrático y tolerante Imperio Otomano, el Estado impuso el sistema del  devshirmeh mediante el cual se sustraían los hijos de las familias cristianas para la creación del cuerpo de Jenízaros, una fuerza de huérfanos desarraigados a los que se les encomendó inicialmente la custodia del Sultán. Adelanto ya que la historia acaba con que los Jenizaros detentaron tanto poder que incluso llegaron a amenazar al propio Sultán con ser derrocado. Creo que esta afirmación no vulnera la Ley de la Memoria Histórica.

 

Todo esto me parece muy Orweliano. Recuerden: en la granja los cerdos acaban copiando las actitudes de los humanos y se convierten en algo peor. No tardaré mucho en ver a Irene Montero vestida de Dior y llevando a sus hijos a un colegio privado, mientras intenta obligar a los padres a que el Estado los eduque en la nueva religión.

 

Y el delito de odio sólo se nos aplica a los discrepantes y no a los que gritan aquello de “Arderéis como en el 36”, que eso sí que es libertad de expresión.

 

 

La opinión de Ceuta Ahora se refleja únicamente en sus editoriales. La libertad de expresión, la libertad en general, es una máxima de filosofía de este medio que puede compartir o no las opiniones de sus articulistas

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