Sábado, 20 de Diciembre de 2025

Actualizada Sábado, 20 de Diciembre de 2025 a las 11:55:37 horas

Juan Sergio Redondo
Sábado, 20 de Diciembre de 2025

Transfuguismo y decadencia: el epílogo del vivismo

Hay trayectorias políticas que no se explican por el respaldo ciudadano, sino por la habilidad para moverse en las sombras. La de Juan Vivas es una de ellas. Dos décadas después de su desembarco en el poder, Ceuta sigue gobernada por un dirigente cuya legitimidad originaria no nació de las urnas, sino de un proceso opaco, subterráneo y profundamente viciado, en el que la traición fue moneda de cambio y el transfuguismo, el cimiento sobre el que se edificó todo lo demás.



Vivas no llegó al poder ganando. Llegó desde un irrelevante quinto puesto en una lista derrotada, impulsado por intereses ajenos a la voluntad popular y aupado por las élites locales que entendieron pronto que aquel perfil gris, manejable y carente de escrúpulos sería funcional a sus intereses. Desde ese momento, la política ceutí entró en una fase donde los principios dejaron de ser un valor y pasaron a ser un obstáculo.

 

 

 

 

El transfuguismo no fue un accidente en aquel proceso: fue el método. Un método que se repitió, se blanqueó y se perfeccionó con el paso del tiempo. Mientras se firmaban pactos solemnes contra esta práctica, se utilizaban tránsfugas para gobernar; mientras se proclamaba la defensa de la ética política, se compraban voluntades; mientras se señalaba públicamente la deslealtad ajena, se premiaba la propia. La hipocresía se convirtió en doctrina de gobierno.



Juan Vivas ha sido, durante más de veinte años, un maestro en corromper voluntades. Ha sabido identificar la debilidad humana con precisión quirúrgica: el interés económico, la ambición desmedida, el miedo a desaparecer políticamente o, en los casos más lamentables, la simple indigencia moral. No ha necesitado convencer con ideas ni liderar con proyecto; le ha bastado con ofrecer refugio, prebendas o supervivencia a quienes estaban dispuestos a traicionar a los suyos.



Así se construyó su poder. No con liderazgo, sino con deserciones. No con mayorías sociales, sino con mayorías artificiales. No con respeto institucional, sino con una degradación progresiva de la política ceutí, convertida en un mercado donde todo se negocia y nada se honra.



Hoy, ya en la ancianidad política, Vivas encarna el agotamiento de un modelo basado en la deslealtad sistemática. Su legado no será el desarrollo de Ceuta ni la estabilidad institucional que proclama, sino la normalización de la traición como herramienta legítima de gobierno y la corrosión ética de las instituciones que dice defender.



Porque no hay proyecto político duradero cuando se funda sobre la quiebra moral de quienes lo sostienen. Y no hay poder que no termine pagando el precio de haber hecho del transfuguismo su razón de ser.



Como advirtió Nicolás Maquiavelo, “quien es causa de que otro se haga poderoso, labra su propia ruina”. Y quienes han sostenido su poder traicionando, no deberían olvidar que la traición no crea lealtades: solo aplaza el ajuste de cuentas de la historia.

 

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