El drama humanitario por tierra, mar y aire (Carta abierta a la secretaria de Estado de Seguridad)
En Ceuta, el fenómeno migratorio se vive por tierra, mar y ahora también por aire, y es imposible permanecer indiferente.
En tierra, los inmigrantes llegan exhaustos a las cercanías de la valla que separa los dos mundos, descalzos o con zapatos rotos, llevando mochilas que contienen sus pocas pertenencias y, sobre todo, sus sueños.
Caminan durante meses desde el África subsahariana hasta los bosques próximos al perímetro fronterizo, cruzando países y peligros, esquivando riesgos que apenas imaginamos.
Sus ojos hablan de fatiga, pero también de una esperanza tan grande que hace que cada paso valga la pena.
Esperan agazapados entre la maleza durante horas, incluso días, la oportunidad de trepar por el último obstáculo para llegar a Europa: la valla.
Utilizan artilugios hechos a mano como ganchos para evitar las graves caídas sufridas por algunos de ellos en el intento de trepar por el vallado de seis metros de altura y, una vez esquivada la vigilancia a ambos lados de la frontera, lograr su primer objetivo, que no es otro que llegar al CETI.
Una desesperación que a veces se traduce en agresiones con esos mismos garfios convertidos en armas improvisadas por estos inmigrantes cuando intentan huir y que sufren los guardias civiles que, sin los recursos humanos, materiales y jurídicos necesarios para interceptarlos, tienen que enfrentarse a este drama humanitario, sometidos a un enorme estrés físico y emocional.
Aquellos que son descubiertos por la gendarmería marroquí en las temibles "batidas" que realizan en los bosques cercanos al perímetro fronterizo, son trasladados al sur del país, donde son abandonados a su suerte.
Por mar, el sufrimiento se intensifica aún más.
Cada año, hombres, mujeres y niños se enfrentan a las "corrientes de la muerte", tratando de bordear los espigones de Benzú y Tarajal, que se han convertido en símbolos de la tragedia en nuestras costas.
Este año, 43 personas han perdido la vida en el mar, algunos de ellos niños que nunca deberían haber sentido el frío del agua o el miedo a ahogarse.
Se lanzan mar adendro desde los arenales de las playas de Marruecos, ubicadas a varios kilómetros del espigón de Tarajal y nadan durante más de diez horas cruzando aguas heladas, bajo tormentas crecientes, fuertes temporales de levante, niebla densa o en noches frías, equipados con aletas, trajes de neopreno o un simple flotador en el mejor de los casos.
Sus cuerpos temblorosos y sus brazos cansados son un grito silencioso de supervivencia.
Y por otro lado, los guardias civiles sin medios suficientes, arriesgan sus vidas en el mar para rescatarlos, recordándonos que el coraje también se mide en la humanidad.
Y ahora, incluso por aire, la desesperación ha encontrado nuevas rutas y las mafias nuevos ingresos.
Con parapente, una modalidad nueva y no menos peligrosa, donde algunos se atreven a sobrevolar la valla que separa Ceuta de Marruecos.
Nunca antes habíamos visto tanta creatividad nacida del miedo y la necesidad.
Un intento audaz de superar las barreras que la vida les ha impuesto.
El riesgo es extremo, pero la esperanza es más fuerte.
Este drama no es solo una cuestión de números o leyes.
Son historias de seres humanos que quieren vivir y que buscan lo que todos queremos: seguridad, dignidad y futuro.
Nos recuerda que detrás de cada número hay nombres, familias, lágrimas y sueños.
Nos desafía como sociedad y nos obliga a preguntarnos: ¿cómo podemos ser justos y humanos al mismo tiempo?
Por tierra, mar y aire, la vida y la muerte se entrelazan en nuestras costas y fronteras.
Cada viaje es un acto de valentía, cada rescate un acto de humanidad.
No podemos cerrar los ojos.
La compasión y la solidaridad no son opcionales, son necesarias.
Porque cada vida perdida es un espejo de nuestra propia capacidad de empatía.
Cada vida salvada, una prueba de que la humanidad todavía puede prevalecer.
* La fotografía adjunta es del cuerpo del último cadáver encontrado en el rompeolas de Benzú el jueves pasado.
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