Se va acercando el momento en que PP y PSOE se quiten definitivamente las caretas, para firmar ese pacto de gobierno que no saben ya cómo ocultar (el que tampoco iban a firmar en Bruselas...).

Ese momento en que, en una especie de clímax político, la derecha (de antes) e izquierda más radical de ahora, se diluirán, fundiéndose una en la otra, para que ya ni “la color” les diferencie.

Llevan tiempo buscándolo. Desde los primeros balbuceos de una Agenda 21 que no fue más allá, pero apuntó maneras. Sí que aquello malició a más de uno que vio en el desmontaje de las naciones del Viejo Continente, la posibilidad de crear el gran organismo europeo que gobernase cada uno de los territorios. Por encima de culturas, de fe y creencias seculares, de historia, de límites territoriales, de idiomas, todo encaminado y disuelto, todo servido en bandeja a ese grupo de potentados, despojados de cualquier tinte político (aun procediendo de la política y sus elecciones), resueltos a gestionar el gran negocio que supone Europa para sus respectivos intereses.

¡Qué mejor manera de llegar a tal punto que hundiendo economías y desmoronado naciones externa e internamente! Y en esas andamos por aquí, con unos no haciendo nada y otros nadeando a su compás.

Cuánto tiempo llevamos en España viendo como el gobierno sanchista apenas legisla y, cuando lo consigue, es para hacer la puñeta a la Nación: subiendo o creando nuevos impuestos; cediendo competencias a unos socios que, antes de abandonarle pagaban su reciprocidad con votos siempre traidores a España; mancillando la raíz de nuestro sistema democrático, sometiendo la división de poderes; asumiendo mansamente directivas e indicaciones europeas por encima, incluso, del verdadero interés de la nación que se gobierna.

Y si observan que el país se queja: ahí van nuevos derechos (incluso innecesarios), y pagas (¡qué no falten las pagas!), para que el pueblo calle y deje hacer a quien le está desdibujando hasta el acento heredado de sus mayores. Nada les importa. Hay que domeñar al pueblo.

Mientras, en Europa, la gente nadea y no aspira más que a continuar nadeando (el individualismo ha gangrenado las naciones), y nosotros con… y entre todos ellos. Si acaso una voz se alza reclamando la condición valiente de unos, inteligente de otros, o de los indómitos de más allá, no duden que la nube de la intransigencia (¡Fascismo!, se desgañitan) tratará de que no cese la contaminación que, aína, embriaga y atonta la voluntad de cualquiera de los pueblos.

El proyecto se desenmascara por días. Cada vez con más intensidad percibimos la gran mentira, en decisiones que ambicionan supeditar nuestras vidas al control de unos y otros, acá y acullá, vendiéndonos lo libres que seremos si nos conformamos con esa pequeña cuadrícula de libertad que se nos otorgue para movernos. Y si no… malo.

Adviertan el sentido de algunas de las últimas decisiones: euro digital, examen de conducir cada 10 años, posible subida de carburantes hasta 2 €/l, con el cuento de los derechos de emisión de gases que terminaremos pagando los de siempre…

Por suerte, aún nos quedan voces que llaman a la sublevación contra el nuevo orden que se nos propone (o impone). Por esa misma suerte, nuestra voluntad todavía es cosa nuestra. Aquí y allí, levantar de las poltronas de decisión a unos y otros está, nunca mejor dicho, en nuestras manos.