AK-47 contra chaleco de papel: El 80 % de la droga entra por el sur y Marruecos firma el albarán
Un solo disparo de 7,62 mm atraviesa el abdomen de un agente del GRECO en Isla Mayor. El chaleco clase IV se desgarra como cartón mojado. El policía respira intubado en la UCI; el narco sigue atrincherado con un fusil de guerra que cuesta menos que el sueldo mensual del herido.
80 %. No es un porcentaje: es un territorio. Desde Tarifa hasta Tarragona, 1.200 km de costa convertidos en puerta giratoria. 500 toneladas de hachís marroquí al año, 4.000 millones de euros en negro, 14 km de Estrecho que separan la legalidad de la impunidad absoluta. Marruecos no es un vecino: es el proveedor mayorista. El Rif produce el 70 % del hachís mundial; sus lanchas repostan en puertos oficiales; sus túneles bajo la frontera con Ceuta miden 200 metros y tienen luz eléctrica. Rabat detiene 400 kg para la foto de prensa; 500.000 kg cruzan mientras tanto. Frente a ellos, España envía a sus mejores agentes, pero con lo peor:
- Chalecos que no paran munición militar.
- Zodiacs que parecen juguetes ante narcolanchas de 1.500 CV.
- Drones que no hay.
- Helicópteros que llegan cuando ya hay sangre.
Los narcos disparan con kalashnikovs comprados en el Sahel por 300 €. Los agentes responden con pistolas de 9 mm y una orden: “Eviten bajas civiles”.
El Campo de Gibraltar ya no es un pueblo: es un feudo. Barbate, La Línea, San Roque: calles donde los niños saben más de fardos que de fútbol. Tiroteos semanales, guardias civiles embestidos, policías heridos. Y siempre el mismo final: el narco huye, el agente paga.
Marruecos habla de “cooperación”. España habla de “presión diplomática”. Mientras, el Guadalquivir se convierte en autopista fluvial, Ceuta en coladero, el Campo de Gibraltar en tablero de operaciones, Valencia en nuevo destino. Hasta que no se dote a los agentes con chalecos clase V, drones permanentes, blindaje real y penas de 20 años por tenencia de arma de guerra, el sur seguirá siendo un matadero. Y hasta que no se exija a Rabat que cierre el grifo —no con comunicados, sino con hechos—, cada decomiso será un espejismo y cada agente herido, un recordatorio: Aquí mandan los kalashnikovs. Y los chalecos ‘de papel’ no votan.
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