
Vacío de Noelia Núñez y el voto perdido del PP: anatomía de una ruptura generacional
I. La grieta generacional que el CIS ha revelado
El último barómetro del CIS (es cierto que con Aristóteles, Descartes y Ayn Rand en la mano Tezanos al igual que Sánchez, Conde-Pumpido y Chicano quizá y presúntamente deberían estar en Guantanamo con un pijama naranja) ha arrojado un dato que debería haber hecho saltar todas las alarmas en la calle Génova: Vox triplica al Partido Popular en intención de voto entre los jóvenes de 18 a 24 años.
No es una fluctuación anecdótica. Es una fractura sociológica en marcha, un cambio de paradigma que el PP no parece comprender ni controlar.
En ese segmento, el partido de Santiago Abascal supera el 23 % de intención de voto, mientras el PP cae al entorno del 7 %. La derecha institucional se ha convertido, para los jóvenes, en una marca de adultos.
Cuando una formación se vuelve adulta en la política contemporánea, pierde la batalla cultural antes incluso de contar los votos.
Durante años, el PP había conservado un mínimo puente hacia la juventud a través de Noelia Núñez, portavoz popular en Fuenlabrada, tertuliana habitual y una figura que combinaba discurso liberal, estética de combate y una presencia comunicativa que desbordaba los marcos habituales del partido.
Era, en la práctica, la única cara del PP que interesaba a los jóvenes varones. Y el partido no lo vio, o no quiso verlo.
II. La fuerza simbólica de Noelia Núñez
Núñez no era un fenómeno casual ni una simple comunicadora con gancho. Representaba algo más profundo: la traducción emocional del discurso popular al lenguaje del siglo XXI.
Había entendido que, en un ecosistema saturado de imágenes, lo que moviliza no es el argumento sino el gesto; no la prudencia sino la convicción visible.
En las tertulias nocturnas de La Sexta o en los cortes virales de redes sociales, su tono desafiante, su capacidad de réplica inmediata y su desparpajo agresivo la convirtieron en un símbolo, es una Berserker, una Ulfhednar.
Era el rostro de un PP que podía pelear sin miedo al barro, sin pedir perdón por existir, y con una energía de combate que los jóvenes reconocen instintivamente como autenticidad.
Bastaba observar los comentarios en sus publicaciones de Instagram o los picos de visualizaciones en sus intervenciones para entender que los hombres jóvenes (no los militantes clásicos, sino los votantes latentes) la admiraban.
No por ideología, sino por carácter.
No por doctrina, sino por energía.
Esa energía es lo que la comunicación política contemporánea llama autoridad carismática performativa: una mezcla de determinación, ritmo verbal y naturalidad en la confrontación.
Algo que, curiosamente, los estrategas del PP jamás comprendieron ni midieron, porque siguen anclados en parámetros de popularidad institucional, no emocional.
III. La testosterona simbólica: la política como rito de identidad
El voto masculino joven no se define por un programa económico, sino por una búsqueda de identidad y pertenencia.
En un mundo en el que la virilidad ha pasado de ser virtud a ser sospecha, donde el discurso dominante condena el exceso de energía o de agresividad, los jóvenes varones buscan referentes que canalicen su instinto de afirmación sin pedir disculpas.
Ese terreno emocional lo ha colonizado Vox con eficacia quirúrgica.
Pero antes de que Abascal y los suyos monopolizaran el lenguaje del orgullo masculino, Noelia Núñez era el recordatorio de que la audacia también podía estar dentro del PP.
Su forma de hablar, de mirar a cámara, de interrumpir con autoridad a tertulianos veteranos, ofrecía una catarsis a miles de jóvenes que no encontraban representación en la rigidez institucional de los cuadros populares.
Al retirarla del foco (o al no proteger su espacio comunicativo), el PP cometió un error de diagnóstico.
Noelia no era un personaje; era un síntoma: el síntoma de que la derecha tradicional necesitaba reconectar con el impulso vital, no solo con la gestión o la nostalgia.
IV. La estrategia equivocada del PP
La actual dirección del PP se mueve entre dos polos: la obsesión por la respetabilidad institucional y el miedo a la polémica.
Ha convertido la moderación en una liturgia y la comunicación en un trámite.
El resultado es un partido que habla en tecnócrata, teme a la emoción y mira las redes sociales como un campo minado, no como un campo de batalla.
Esa timidez es letal entre los jóvenes.
El PP ha abandonado el territorio del entusiasmo.
Y quien no genera entusiasmo entre los veinteañeros, desaparece de su imaginario.
Mientras Núñez llenaba las redes con millones de visualizaciones y dominaba las tertulias con un lenguaje espontáneo, el PP apostaba por portavoces de manual, prudentes y previsibles.
Esa decisión fue equivalente a retirar del tablero la única pieza con capacidad de movilidad ofensiva.
V. La conquista emocional de Vox
Vox, en cambio, entendió que la política joven es una batalla de emociones y símbolos, no de programas.
Su estrategia ha sido sencilla: masculinizar la épica, simplificar el relato y explotar la sensación de desamparo.
En su narrativa, el joven es un soldado cultural rodeado de hipocresía, censura y caos; el partido, su tribu.
Abascal ofrece virilidad, acción y orgullo en un formato que mezcla videojuego, historia y redención.
El PP, sin Núñez, ha perdido su conexión con ese imaginario.
La retirada de su figura más combativa dejó libre el espacio para que Vox monopolice el lenguaje de la fuerza.
Y cuando un partido renuncia a representar la fuerza, acaba representando la burocracia.
VI. La proyección femenina en el PP
La proyección de las figuras femeninas en el PP (Noelia Núñez, Ester Muñoz, Cayetana Álvarez de Toledo e Isabel Díaz Ayuso) sigue siendo real y relevante.
El problema no es su ausencia, sino la falta de una estrategia clara que canalice su influencia hacia la movilización juvenil y la construcción de relato.
Aunque estas mujeres representan audacia, oratoria y liderazgo, el partido no ha logrado articular sus capacidades en un eje coherente de comunicación y presencia pública que impacte emocionalmente en los votantes jóvenes.
En política, la visibilidad sin estrategia no garantiza influencia: quienes poseen autoridad simbólica necesitan un espacio de proyección para transformar su energía en capital político.
El PP tiene los referentes; lo que ha perdido es la manera de hacerlos resonar en el electorado emergente.
VII. Vox y la conquista del relato emocional del joven europeo
La fractura generacional no es solo española; es continental.
La nueva política de jóvenes varones (y cada vez más mujeres jóvenes que buscan autenticidad) se construye sobre un lenguaje que combina desafío, irreverencia y narrativa identitaria.
Vox, en España, encarna esta dinámica de manera paradigmática: no vende programas, vende energía, y lo hace con un estilo que trasciende ideología para tocar la emoción directa del votante.
I. La estética del poder y la testosterona simbólica
Los jóvenes europeos no responden a programas fiscales, sino a referentes que representen fuerza, audacia y autenticidad.
En España, Vox ha recogido el vacío que dejó Núñez, no como sustitución de liderazgo, sino como absorción de toda la energía que el PP dejó escapar.
La comunicación política contemporánea funciona en segundos, y cada gesto, cada frase, cada clip de Instagram o TikTok se transforma en microepisodio de identidad colectiva.
La narrativa de Vox articula la masculinidad joven como símbolo de rebeldía, libertad y pertenencia.
II. Paralelos continentales
No es un fenómeno aislado: en Francia, Marion Maréchal y Marine Le Pen actúan como referentes de fuerza femenina y conservadora; en Italia, Giorgia Meloni articula un relato de orgullo identitario que moviliza tanto hombres como mujeres jóvenes; en Alemania, AfD Jugend construye espacios digitales donde la irreverencia es estrategia y la estética combativa se convierte en rito de pertenencia.
Todos comparten la misma fórmula: convertir emoción en ideología, y percepción en adhesión.
La política ya no se mide en congresos ni programas: se mide en energía, símbolos y estética performativa.
III. El desplazamiento cultural
El resultado es claro: los partidos tradicionales pierden no solo votos, sino relevancia simbólica.
La derecha clásica habla en tecnócrata; Vox habla en guerrero.
La izquierda habla en victimismo; Vox habla en desafío.
La juventud aprende a identificarse con la experiencia emocional, no con la etiqueta doctrinal.
IV. Conclusión
El ascenso de Vox y sus equivalentes europeos demuestra que el control del relato emocional es hoy el verdadero poder político.
Los jóvenes no se movilizan por leyes o decretos; se movilizan por identidad, energía y narrativa simbólica.
El PP ha perdido la batalla cultural; Vox la ha ganado.
Y mientras el partido institucional no recupere su lenguaje de audacia y autenticidad, seguirá siendo irrelevante para la generación que dicta el futuro del continente.
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