Lunes, 13 de Octubre de 2025

Actualizada Lunes, 13 de Octubre de 2025 a las 12:56:31 horas

Maite Cuesta
Lunes, 13 de Octubre de 2025

¡Escribid, compañeras!

    Sumándome al Día de las Escritoras de este 2025, en el que conmemoramos el quincuagésimo aniversario del manifiesto por el cual se reivindicó la escritura igualitaria de las mujeres allá por el 1975, traigo hasta la cabecera a la figura de la escriba Lubna de Córdoba.+

 

    Pero, antes que nada, me gustaría aclarar que el término «escriba» está emparentado con el latino scribere, entendido como escribir, trazar, marcar; y a su vez, referenciado a la acción de grabar en superficies de madera, hueso o barro. En este sentido y durante la Antigüedad, se consideraba escriba a aquella persona instruida que se dedicaba a ser amanuense o copista.

 

    Valgan estos antecedentes semánticos para deducir, sin mayores dificultades, que nuestra Lubna cultivó estos menesteres con habilidoso talento. Sin embargo, no quedando ahí la cosa, obtuvo una desmedida relevancia durante su época –digna de reconocer y encomiar en la actualidad– que han hecho de ella la madrina de una moderna avenida cordobesa que lleva su propio nombre.

 

    Estando yo a la caza y captura de información que pudiera dar luz sobre este notorio personaje, me topé con el dato acerca de su nacimiento: hija de padres cautivos cristianos que servían en el palacio de Abderramán III, por ende, esclava ya desde la cuna. He de admitir que este primer apunte me sonó a cuento de Scherezade. Proseguí con las indagaciones. Inclusive conseguí averiguar que podría haber sido engendrada por el mismo califa; observación a la que di más credibilidad. Me extrañaba muy mucho que algún varón de la servidumbre osara desobedecer las rigurosísimas normas del serrallo.

 

    En cualquier caso, esta admirable fémina contó con el exquisito beneficio de formarse, bien en números bien en letras, en un entorno áulico, en un ambiente refinado, entre selectos eruditos. De esta guisa, pronto destacó por igual tanto en matemáticas como en gramática. No cabe duda que este pulimento la elevó hasta figurar como la secretaria personal de Alhakén II, hijo y sucesor del anterior omeya. Pero su éxito no se detuvo, sino que continuó en alza llegando a ostentar el cargo de «conservadora» de la Gran Biblioteca de Córdoba, una institución con excelsas bondades: albergar hasta 500.000 volúmenes o producir anualmente unas 80.000 obras, por citar un par de ellas. De esta suerte, la capital del Califato se convirtió en el mayor mercado occidental de saberes durante el siglo X.

 

    A lo anterior, se le añade que la virtuosa escriba, en su afán de engrandecer el bibliófilo templo andalusí con nuevos ejemplares, viajó a las grandes urbes de la sabiduría de entonces como eran Damasco, Bagdad o El Cairo.

 

    Ante esta sobresaliente y admirable trayectoria, estimo que Lubna tuvo que rozar la excelencia en tal idílico escenario para los amantes de las letras, no tan paradisíaco para las mujeres de nuestros días: el harén constituía un crudelísimo microcosmos de luchas de poderes en el que, además de soportar las incondicionales sumisiones del jalifa, «la mujer era una loba para la mujer».

 

    Con todo, me dibujo una particular etopeya sobre su seductora personalidad. Sin llegar a ser una sayyida, la veo como alguien de la estrecha intimidad del califa, del que se comenta que no era dado al placer del sexo femenino, pero sí al de la poesía; además, no nos olvidemos que Lubna pudiera ser su hermana. La imagino componiendo versos acerca de su palatina vida en Medina Azahara. Fabulo con las moaxajas que entonaba al atardecer, al abrigo de un plausible laúd, entre las penumbras de misteriosas celosías y rodeada de bienolientes naranjos en flor.

 

    ¿Diría algo parecido a ¡Escribid, compañeras!?

    Quiero pensar que sí.

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