
Marruecos ante el vértigo de su propia historia
Marruecos se encuentra hoy en una encrucijada que recuerda a los grandes momentos de ruptura que han marcado la historia contemporánea. Un país donde una clase media emergente, antaño esperanza de modernización y estabilidad, se ve cada vez más asfixiada por un sistema que conserva la estructura de un poder feudal. El Majzén, esa red de intereses enquistados en las instituciones, actúa como coraza de una monarquía que, mientras proclama reformas, se muestra incapaz de ofrecer un horizonte de prosperidad y justicia. La figura real, antaño intocable, se percibe cada vez más distante, envuelta en la ostentación y la opacidad, mientras la legitimidad se erosiona ante la evidencia de la desigualdad y la corrupción.
Mientras tanto, millones de desheredados miran hacia el mar como única salida. Jóvenes sin empleo ni esperanza arriesgan la vida en las aguas del Estrecho, símbolo trágico de un país que expulsa a sus hijos. La frustración social se acumula como pólvora: una población que exige dignidad, derechos y oportunidades frente a una élite que se aferra a privilegios caducos. En las calles, el malestar no solo es económico; es también moral y político. Y la historia enseña que, cuando se cierran todas las vías de cambio, la chispa de la revolución encuentra su momento.
Las similitudes con otros episodios de derrocamiento son evidentes. Como en aquel reino de Oriente Próximo, Irán, donde un monarca occidentalizado, Reza Palahvi, perdió el contacto con su pueblo, Marruecos enfrenta el riesgo de que la religiosidad popular y el descontento social confluyan en un mismo clamor. Como en aquella Europa de finales del Siglo XVIII que vio a los humildes tomar las calles contra una aristocracia ciega a su miseria, aquí también se perciben las tensiones entre una élite privilegiada y una mayoría empobrecida. La clase media, que alguna vez sirvió de dique, se ha convertido en motor de cambio: decepcionada, endeudada y consciente de su fuerza numérica, es la que más tiene que ganar y menos que perder.
Mohamed Reza. Sha de Irán
Frente a este escenario, el poder intentará distraer, como siempre lo han hecho los regímenes en crisis. Se exhibirán triunfos deportivos, se agitará el nacionalismo con gestos de desafío hacia vecinos más débiles, se buscará humillar a socios europeos para despertar viejas pasiones patrióticas. Pero el fútbol y las banderas no llenan estómagos ni devuelven la confianza. La fractura es demasiado profunda, la distancia entre gobernantes y gobernados demasiado evidente.
Revueltas Irán (1977)
La pregunta ya no es si Marruecos cambiará, sino cómo y a qué precio. La historia advierte que, cuando las instituciones se niegan a reformarse, el cambio llega por la fuerza de la calle. Marruecos, hoy, parece caminar hacia ese precipicio, con la mirada de su pueblo puesta en un futuro que el poder no puede —o no quiere— garantizar.
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