
El movimiento sanchista
Este movimiento que se arroga la representación del socialismo y del PSOE en España, como todo, tiene sus partes componentes.
En primer lugar, el propio Sánchez. El gran tótem en torno a quien gira todo, y que se quedará solo como la una en cuanto pinten bastos para los segundos de esta terna, como siempre sucedió en la historia de los sátrapas.
Los segundos, todos esos que cual parásitos simbióticos, viven y retroalimentan al tótem sanchista. Estos dicen ser el PSOE, no sé si el que anhela Juanma Moreno en sus discursos por el antiguo Hospital de las Cinco Llagas, o si el PSOE de ahora que sólo ellos sabrán lo que es.
En tercer lugar, la gran masa social-ista , cada vez menos grande, que se acumula en los votos que aún facilitarían en torno a los 100 escaños, esos que la demoscopia todavía concede al PSOE que aparece por el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo.
El PSOE, pues, ha quedado como las simple siglas necesarias para aglutinar a todo ese elector que ejerce su derecho pensando que sigue votando a lo de siempre. Y la verdad es que se parece mucho lo presente a lo pretérito, pero normalmente en lo malo.
Porque si bien el movimiento sanchista, empujado en ocasiones por el podemismo, ha implementado - ¡cuánto les gusta un neologismo! - ciertas políticas sociales y la incorporación de nuevos derechos - y muy pocas nuevas obligaciones- para la clase trabajadora, esto no se ha convertido más que en el aliciente a veces, en la cortina de humo en otras ocasiones, para tapar toda la escandalera que tienen montada Sánchez, su familia y sus acólitos sanchistas en la cumbre del movimiento.
Parecen librarse algunos. Todos esos que bien salen a la palestra a poner a parir a los superiores, seguramente, por necesidad de cuidar el voto que les mantiene en su poltrona; bien díscolos, defenestrados y resentidos sin salida que procuran el ni conmigo ni sin mi.
Con todo, entrar en la existencia o no de un PSOE bueno no es ahora el asunto aunque, como apunte, sirva recordar que su condición de Partido grande, de Estado, imprescindible para el desenvolvimiento cotidiano de nuestro país, les dura el tiempo que tardan en darse cuenta de dónde están, y de las posibilidades que las circunstancias ofrecen a las aspiraciones individuales de unos y otros, siempre dentro ya sea del PSOE, ya sea del movimiento.
El movimiento sanchista, pues, no se ha librado ni de la oposición interna entre sus iguales, ni de las taras de la corrupción que les llevan a la sombra de la Justicia. Eso sí, se liberan sin ambages de la asunción de responsabilidades aludiendo siempre a persecuciones políticas, montajes mediáticos o la tendenciosidad del poder judicial, dejando a este último al escrutinio público ante la imposibilidad de haberlo conseguido dominar… de momento.
Nuestra suerte es saber que como todo movimiento decaerá en su preeminencia. ¿La preocupación? Conocer qué habrá quedado en pie para poder recuperar la nación tras, entre otras cosas, el desmembramiento territorial, la ruina económica, y la irrelevancia y desprestigio internacional a la que nos han conducido, por el simple anhelo de poder de quien en su vida ganó unas elecciones.
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