El Partido Popular y su líder, Alberto Núñez Feijóo, han vuelto a demostrar que su discurso sobre la cuestión del velo islámico —ya sea burka, niqab o hiyab— se mueve en un terreno resbaladizo donde la falta de claridad solo sirve para reforzar a su competidor por la derecha. Feijóo pretende erigirse en defensor de la libertad de la mujer frente a lo que presenta como una imposición ajena a la cultura occidental. Sin embargo, su desconocimiento sobre las diferencias culturales, religiosas y simbólicas entre estas prendas, así como su incapacidad de articular una propuesta coherente, deja al PP en un lugar incómodo: ni convence a quienes reclaman una defensa firme de la identidad cultural europea, ni consigue distanciarse del cada vez más asumido discurso de Vox.

El resultado es previsible: cada vez que el PP improvisa una postura en estos debates, no hace más que dar la razón a quienes acusan a Feijóo de ser un político que dice lo que las encuestas aconsejan y no lo que de verdad cree. Vox capitaliza la claridad de su mensaje —guste o no— mientras el PP aparece como un partido dubitativo, más pendiente de no perder votantes que de mantener una línea ideológica firme.

La contradicción es aún mayor cuando se observa la acción de gobierno en aquellos territorios donde el PP tiene poder en solitario. Allí, lejos de mantener el discurso que agita en Madrid, se imponen o incluso se potencian políticas que hasta hace poco se asociaban con la izquierda. El caso de Ceuta es paradigmático: el presidente Vivas no solo refuerza con sus decisiones la islamización del espacio público, sino que sostiene en la vicepresidencia a una furibunda criptoislamista conocida por sus posturas antisemitas y por sus ataques abiertos al propio líder nacional de su partido. Una incoherencia difícil de justificar.

La conclusión es clara: el PP, atrapado entre su miedo a perder electores hacia Vox y su tentación de agradar a todo el espectro político, se diluye. El oportunismo no construye liderazgo ni proyecto; solo proyecta debilidad. Y en un momento en el que los discursos fuertes y definidos ganan terreno, cada vacilación de Feijóo es un regalo en manos de sus adversarios.