
Una alianza necesaria para la nueva era de Occidente
En un momento crucial para la historia de la humanidad en el que los cimientos culturales, políticos y espirituales de Occidente parecen estar sometidos a un proceso de erosión planificada, resulta más evidente que nunca la necesidad de una alianza entre las grandes potencias capaces de marcar un rumbo distinto. Estados Unidos y Rusia, pese a décadas de desencuentros y rivalidades, comparten raíces civilizatorias comunes: un profundo sustrato cristiano, una tradición de patriotismo vigoroso y una identidad nacional que rechaza la disolución en proyectos artificiales.
Hoy, Europa occidental atraviesa una crisis de identidad. Bajo la fachada de un liberalismo de manual, lo que se ha impuesto en realidad es una ideología que niega los valores tradicionales, socava la familia, trivializa la fe y vacía de sentido el concepto mismo de patria. Se trata de una reinterpretación cultural heredera del marxismo en clave posmoderna, que ha encontrado en la agenda “woke” su rostro más visible. El resultado es un continente fragmentado, con sociedades desarraigadas y gobernadas por élites que ven en la globalización una religión secular.
Frente a esa deriva, la cooperación entre Estados Unidos y Rusia puede convertirse en el motor de un renacimiento occidental. No se trata simplemente de acuerdos estratégicos o energéticos, sino de la puesta en marcha de un marco común donde el patriotismo, la soberanía nacional y la tradición religiosa vuelvan a ocupar el centro del debate. Una alianza de este calibre sería un contrapeso decisivo al globalismo uniformador y abriría paso a una Europa de las patrias, diversa pero unida en valores esenciales.
El gran obstáculo, diseñado por quienes temen esta convergencia natural, ha sido la instrumentalización de conflictos que han servido de cortafuegos entre ambos polos. La crisis en el Este europeo ha funcionado precisamente como excusa para evitar que la cooperación entre estas dos potencias cristalice en un proyecto político y cultural de largo alcance. Sin embargo, las tensiones coyunturales no deberían ocultar lo esencial: que la unión de Estados Unidos y Rusia en torno a un eje tradicionalista y cristiano representa la posibilidad real de iniciar una nueva era civilizatoria.
Occidente necesita reencontrarse con lo que le dio origen: fe, identidad y patriotismo. Si las dos grandes potencias son capaces de dejar a un lado viejas desconfianzas y mirar hacia el futuro desde esta perspectiva, la historia podría estar al borde de un giro decisivo. Una alianza entre ellas no solo redefiniría la política mundial, sino que devolvería a Europa y a todo el espacio occidental la esperanza de recuperar la fortaleza espiritual y cultural que hoy parece desvanecerse.
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