
Gerontocracia eclesial: cuando la fe se marchita en los despachos
Durante siglos, la Iglesia en España fue columna vertebral de la nación, guardiana de su identidad y de su fe. Hoy, sin embargo, quienes ocupan las sillas episcopales parecen más atentos a los aplausos de los salones políticos que al clamor de las almas que les han sido encomendadas. La jerarquía actual, envejecida y atrapada en las inercias de la Transición, ha olvidado que su primera misión no es agradar al mundo, sino conducir a los fieles a la verdad eterna.
No es casual que una generación con mayor fervor patriótico que el que caracterizó a la de sus padres y abuelos mire con creciente desconfianza a una Conferencia Episcopal que, lejos de confrontar la deriva cultural y moral, asume como propios los mantras de una izquierda globalista. En lugar de defender las fronteras espirituales y materiales de la nación, promueven políticas de inmigración descontrolada y discursos que diluyen la identidad cristiana de España, como si la Patria y la fe fueran realidades negociables.
Este viraje no es fruto de un error aislado, sino el resultado de décadas de connivencia con un sistema bipartidista corrupto, que ha hecho de la Iglesia una pieza decorativa más del tablero político. El episcopado ha renunciado a su papel de pastor combativo, convirtiéndose en un actor dócil dentro de un esquema ideológico que nada tiene que ver con la tradición católica militante que forjó a España.
Pero mientras la cúpula eclesiástica se encierra en su gerontocracia burocrática, surgen comunidades vivas que retoman el espíritu de nuestros mayores: un catolicismo de acción y compromiso, de fe sin complejos y patriotismo sin disculpas. Esta Iglesia nueva —que en realidad es la más antigua— no espera permiso de las estructuras oficiales para anunciar el Evangelio y defender la nación; lo hace con la autoridad que da la fidelidad a Cristo y a la herencia recibida de quienes nos precedieron en esta batalla en defensa de la Fe.
La historia enseña que cuando los pastores abandonan a su rebaño, Dios suscita otros guías. Hoy, España vive esa hora decisiva: o la jerarquía recupera el pulso de la fe y la defensa de la Patria, o las ovejas seguirán buscando, fuera de las viejas curias, a quienes no teman ser soldados de Cristo.
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