
Entre recuerdos y pensamientos
Me acordé el otro día, divagando entre recuerdos y pensamientos, de cuando leí hace años un libro que me cautivó : «El árbol de la ciencia» de Pío Baroja.
A pesar de ser un libro publicado en el año 1911, yo lo tenía entre mis libros favoritos, supongo que porque siempre me interesaron los mensajes que desprenden las novelas de Pío. El protagonista del libro, Andrés Hurtado, es un joven estudiante que comienza a plantearse su futuro y que, como casi todos los jóvenes y en todas las épocas, era un ser idealista, soñador, inconformista...
«El árbol de la ciencia» creo que sigue resultando un gran libro a día de hoy, aunque ya no tan cautivador como pudiera resultar en aquellos tiempos cuando lo leí por primera vez. Supongo que la razón es porque ya dejó uno de ser joven, y esa visión romántica y fatalista del protagonista desaparece con el transcurso del tiempo, y no porque comparta plenamente esa cita de Bernard Shaw que dice que "la juventud es una enfermedad que se cura con los años", sino porque la vida se ve de otra manera con el paso del tiempo a pesar de que la historia se repita una y otra vez.
Hay en la novela un pasaje que siempre me ha llamado la atención sobre la condición humana, y es cuando Baroja nos dice : "Andrés, el protagonista, se convenció de que la historia es una cosa vacía. Creyó, como Schopenhauer, que el que lea con atención «Los nueve libros», de Herodoto (siglo IV a.C.), tiene todas las combinaciones posibles de crímenes, destronamientos, heroísmos e injusticias, bondades y maldades que puede suministrar la Historia".
Algo de cierto debe haber en esta sentencia cuando, en pleno siglo XXI, siguen existiendo las mismas grandezas y las mismas miserias que en tiempos de Herodoto. ¿A qué viene todo esto? Pues quiero hacer hincapié en las estatuas históricas imponentes que son mutiladas, que le faltan los antebrazos y demás..., y esas estatuas me hacen recordar la cita de Baroja sobre lo vacío de la historia en muchos temas.
Pongamos el ejemplo de Fernando VII, que llegó a ser aclamado y deseado por el pueblo, y acabó su existencia odiado y despreciado, y calificado como uno de los peores monarcas de la historia. Suerte que de Fernando VII nos quedan las farolas fernandinas que alumbran muchos de los paseos y calles de bastantes de nuestras ciudades, porque de algún personaje histórico seguramente sólo conservamos el olvido.
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