
Torre Pacheco: el chantaje emocional que secuestra el debate
La localidad murciana con 40.000 habitantes a 30 kilómetros del Mar Menor, caracterizada por el cultivo del melón, el brócoli, alcachofa, lechuga, y sandía, donde la moderna tecnología y la abundante mano de obra extranjera han hecho de la agricultura industrial su motor económico, ha sido epicentro de interés mediático. Hace quince días, esta floreciente zona tras el Trasvase Tajo-Segura ha sido foco de disturbios por la agresión impune a un vecino de 68 años perpetrada por tres jóvenes de origen magrebí, aprovechado por grupos y colectivos que se apuntaron al conflicto. Las patrullas urbanas en un barrio con población extranjeras en su mayoría con antecedentes penales, desató enfrentamientos que polarizaron la atención mediática en una zona pacífica donde la convivencia nunca se había alterado.
Este conflicto afloró una serie de datos que pone la realidad social en primer término: se supo que en España los delitos cometidos por inmigrantes ilegales es 2,5 mayor que el de españoles. Allí en Torre Pacheco hay 28.000 españoles, mil comunitarios y 12.000 no comunitarios. Los sindicatos policiales revelaron que Marlaska, más ocupado en ver la final de Wimbledon entre Alcaraz y Sinner que en la problemática de Torre Pacheco, "dejó hacer" para luego culpar políticamente a PP y Vox. Al hilo de todo esto, un activista saharaui, Taleb Alisalem, expone el trasfondo de lo que hay tras los sucesos de Torre Pacheco: la narrativa predecible lleva a la izquierda a denunciar el "auge del racismo", la extrema derecha y la islamofobia. Los mismos de siempre con los mismos adjetivos y el mismo guion. Destaca Taleb Alisalem que aquí lo que hay es que Marruecos ha hecho de la emigración una herramienta de presión política y una parte de su diáspora una extensión blanda de su aparato de control, unido a una izquierda cobarde, domesticada y selectivamente ciega. Ve racismo en un tuit crítico, pero no ve supremacismo en los vídeos de marroquíes ondeando su bandera en suelo español tras agredir a un anciano. Y se han ondeado banderas marroquíes en Torre Pacheco por desafío, por territorio, por dominio y no por nostalgia. Por supremacismo colonial, en definitiva. Es obvio que el proyecto integrador está roto y lo han fracturado quienes decían que venían a integrarse cuando en realidad era a expandirse. Marruecos no ha exportado ciudadanos, ha exportado agenda. No ha enviado familias "necesitadas", ha desplazado una ideología. La misma que ocupa el Sáhara Occidental y que alimenta en Europa una red clientelar de obediencia y chantaje. Ante esto, los colectivos antirracistas, callan. Cuando la criminalidad en Cataluña tiene rostro y nacionalidad, pero denuncian fascismo, nazis y ultraderecha. Y calla porque el problema no es el racismo, sino quien lo sufre. Y si no eres útil a su ideología, no mereces ni una línea de apoyo.
Es curioso cómo funciona la indignación selectiva: si un español reacciona ante la agresión a un anciano indefenso, es un nazi. Si un marroquí agrede, es un caso aislado. Si un barrio se defiende, es extrema derecha. Si ondean banderas marroquíes del régimen dictador de Mohamed VI en suelo español es "expresión cultural".
La semántica del lenguaje es, según y como, acomodaticia a las ideologías interesadas en desestabilizar. Es la hipocresía en estado puro y con mayúsculas. No es nuevo lo que está sucediendo porque forma parte de un modelo calculado: victimizar a la comunidad marroquí cada vez que alguien osa denunciar lo obvio. Mientras tanto se criminaliza toda crítica, se anestesia la conciencia y se vacuna a Marruecos, país con vocaciones anexionista, de cualquier responsabilidad. Así se ha construido el nuevo totalitarismo moral: o te callas o eres el enemigo. Y mientras tanto, España arde en la confusión, en los barrios donde la ley ya no es la Constitución, sino la ley del violento. Arde un discurso institucional que prefieren proteger sensibilidades ajenas antes que los derechos de sus propios ciudadanos. Mientras, Marruecos gana terreno simbólico, económico, político y también callejero. Torre Pacheco es un síntoma, un espejo, una advertencia. La bandera marroquí que ha ondeado no representa a un pueblo sino a un régimen. Y ese régimen ha aprendió a infiltrarse y no con tanques sino con víctimas. No con soldados sino con relatos en una manipulación sistemática del victimismo para proteger a un Estado agresor. Se demuestra que el autoritarismo nazi nace de quienes vomitan su odio y falta de argumentos utilizando la palabra "nazi", "ultraderecha", como mantra de camuflaje a sus aviesas intenciones.
Ione Belarra, tras abrazarse con el proetarras condenado Otegi en los 28 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco con el tiro en la nuca, va a Torre Pacheco a meterse con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Un Fiscal investiga a Santiago Abascal por presunto delito de odio, mientras Marruecos deja libres a 25.000 presidiarios para que nos lleguen a inundar nuestras calles y el Gobierno de Sánchez, deja sueltos en Madrid a un contingente de magrebíes mayores de edad como si fueran MENAS para colapsar intencionadamente los centros de Isabel Díaz Ayuso. Este es el país en destrucción que tenemos, con la corrupción socialista en un Gobierno acorralado al que le ha venido como anillo al dedo el conflicto de Torre Pacheco. En cualquier caso, el tablero de ajedrez sigue con la situación política cada vez peor en una partida donde el "jaque mate" cada vez parece más cercano. Y sin solución de continuidad.
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