
Del egoísmo a la decrepitud
Cuando se abandona la ideología en favor del interés, se está dejando a un lado la política en pro del egoísmo definitivo. O, acaso, es que todo es lo mismo.
Lo ocurrido el pasado 9 de julio en el Congreso español es una nueva muestra más de lo expuesto. Ese día, quedó de manifiesto que el problema de España no es Pedro Sánchez. El secretario general del PSOE no es más que la consecuencia derivada de un asunto tratado hasta la extenuación por distintos autores nacionales y extranjeros: el nacionalismo, esa peste que nos dejaron las últimas décadas del siglo XIX, de la que no escapó región alguna en todo el territorio patrio, ni siquiera las insularidades del Reino.
El miércoles, cuando se esperaba alguna muestra de sentido común en el hemiciclo madrileño, pasó lo de siempre: cierto encabritamiento impostado de alguno que se sabía insuficiente, para que pareciera que alguien se salía del redil, y poco más. Porque en España pasa poco más que el acaloramiento a la hora del telediario y a seguir cada uno con lo suyo. Es a lo que nos han llevado.
Dan igual los ataques a la unidad de España; dan igual las afrentas a la Corona; da igual la irrelevancia internacional; da igual el estado de las cuentas de la Nación y el futuro que no garantizan; dan igual nuestras fronteras, nuestra seguridad; da igual la continua horadación de nuestras instituciones, de nuestras tradiciones, de nuestra cultura, de nuestra fe. Todo da exactamente igual a unos y a otros, a los de derechas y a los de izquierdas. A la par se equiparan por la misma actitud delincuente. Unos y otros, todos quedan igualados bajo la sombra del delito. “Guardar y hacer guardar la Constitución…”, decían. Todos terminan subidos al mismo barco.
Pedro, mientras, a lo suyo, a seguir extendiendo su acción como se expande una herida infecta, corrupta, a la que nadie pone ni deja poner remedio, porque curarla supondría dejar de cobrar por un tratamiento que resulta carísimo para las arcas del paciente.
Pero Pedro, definitivamente, no es el problema. Si me apuran, incluso, ni siquiera todo ese séquito de socios que se ha buscado para el sinvivir de España. El problema está en el buenismo que nos ha legado una Constitución excesivamente laxa, permisiva con todos hasta el extremo (precisamente, el extremo) de autoinfligirse el castigo de no poder salvaguardar su propia extinción, imponiéndose requisitos de autodefensa que la llevan al filo de una sima de difícil escapatoria, a la autofagocitación desde sus debilidades.
Las dudas sobre lo por venir asaltan: ¿en qué situación queda una eventual oposición socialista a la hora de exigir dimisiones al próximo gobierno si le contagiare la corrupción? ¿Y Europa? ¿Qué podemos esperar de quienes condicionan nuestras vidas a miles de kilómetros de casa? Allá son socios quienes aquí aparentan enemistad. Pero sólo lo aparentan. Von der Leyen, días atrás, salvó el sillón con los votos, de nuevo, de PP y PSOE.
Convencido estoy que lo de Feijóo y sus últimas bravatas, no es más que el resultado de haberse vuelto a poner la máscara con la que engañaron a los españoles las pasadas europeas. Disfrazados de partido de derechas, voceando que no pactarían con los socialistas. No habían pasado 24 horas del escrutinio, y la goma de la careta se rompió…
Y aún hay quien se pregunta por qué a Abascal le importa tan poco lo que pueda responderle nuestro decrépito presidente. La decrepitud instalada en la política española ¿Irreversiblemente?.
La opinión de Ceuta Ahora se refleja únicamente en sus editoriales. La libertad de expresión, la libertad en general, es una máxima de filosofía de este medio que puede compartir o no las opiniones de sus articulistas
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.190