
Contra el nihilismo educado: cómo la cultura del meme está matando el pensamiento fuerte
Hay una peste silenciosa que se extiende por las aulas, las redes, las tertulias y hasta los cafés universitarios. No lleva uniforme ni grita consignas. Se disfraza de ironía, de cultura pop, de sarcasmo elegante. No quema iglesias ni rompe estatuas: simplemente se ríe de todo.
Y así, riendo, destruye.
Así, sonriendo, vacía.
Así, entre memes y emoticonos, ha logrado lo impensable: matar el pensamiento fuerte.
El nihilismo educado no alza el puño: levanta la ceja. No discute: ridiculiza. No refuta: parodia. Y así ha convertido la crítica en burla, la duda en apatía, y el escepticismo en cinismo.
Lo grave no es que los jóvenes se rían. Lo grave es que ya no creen en nada.
No creen en el alma.
No creen en la patria.
No creen en la belleza.
No creen en la verdad.
Y lo peor: no creen en ellos mismos. Han sido educados para desconfiar de toda autoridad… incluso de la suya.
Les han dicho que todo es una construcción. Que no hay bien ni mal. Que no hay naturaleza humana. Que la historia es un relato tóxico y la ciencia un instrumento de opresión.
Y cuando todo se relativiza, todo se degrada.
Esta generación no ha sido adoctrinada con violencia. Ha sido adormecida con ironía. Se les ha dicho: “No luches, haz un meme”. “No sufras, desconéctate”. “No pienses demasiado, ríete un poco más”.
Y así han nacido los soldados desarmados de Occidente: jóvenes brillantes que saben programar pero no amar, que pueden analizar una red neuronal pero no entender un poema, que se ríen de los ideales porque nunca se les ofrecieron verdaderos.
El vacío disfrazado de inteligencia Este nihilismo moderno no es como el de Nietzsche, que era trágico y profundo. Este es banal, cómodo, estético.
Es un nihilismo que viste con camisetas de filosofía, que cita a Foucault en TikTok, que celebra su desconexión emocional como una virtud.
Pero bajo esa estética de apatía se esconde una verdad brutal: Están vacíos.
Vacíos de sentido, de misión, de pertenencia.
Y una civilización no puede sobrevivir con una juventud sin causa.
Cuando la ironía se vuelve cultura dominante, cuando la burla sustituye al argumento, cuando el emoji reemplaza al lenguaje, entonces no queda pensamiento: solo reflejo.
Rebelión del sentido
Frente a ese abismo sonriente, debemos alzar una bandera: la del sentido.
Volver a enseñar que el sufrimiento tiene dignidad.
Que hay cosas por las que merece la pena llorar… y otras por las que hay que estar dispuesto a morir.
Volver a decir que la verdad existe, que el alma es real, que la belleza salva, y que el bien no es una construcción burguesa, sino una raíz eterna del ser humano.
El pensamiento fuerte no es arrogante: es valiente.
No lo sabe todo, pero se atreve a buscar.
No se esconde en memes: se expone al ridículo por defender una idea noble.
Epílogo: Filosofía contra el abismo
Decía Pascal que el hombre es “una caña, pero una caña que piensa”. El nihilismo actual ha cortado esa caña y la ha pintado de colores. Y ahora flota… sin raíces, sin norte, sin fondo.
Nosotros decimos basta.
Queremos menos cinismo y más filosofía.
Menos ironía y más compromiso.
Menos carcajadas vacías y más lágrimas verdaderas.
Porque solo quien se atreve a sufrir por algo verdadero puede un día ser digno de defenderlo. Y a esta generación aún se le puede despertar.
Con fuego.
Con verdad.
Y con amor.
No el amor cómodo del que consiente todo. Sino el amor exigente del que quiere salvar al otro… aunque no lo entienda.
La risa hueca pasará. Pero el pensamiento fuerte permanecerá.
Y en los siglos que vengan, cuando se estudie este tiempo enfermo de apatía, se hablará de los pocos que no se rindieron.
De los que no se escondieron en memes, sino que hicieron de su palabra una espada.
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