
Ni Santos, ni gallardos
Mal comenzó la semana para el socialismo español, esos que ahora se llaman progresistas, ellos sabrán por qué.
Por Madrid, donde los aforados son recibidos para aclarar o pagar sus deudas con la ley por el Tribunal Supremo, Santos Cerdán en el día de su onomástica, era premiado con unos días a la sombra, y no por quitarle de la caló que decimos por aquí abajo, sino para evitar que el socialista, número 2 de Sánchez, eliminase pruebas o cogiera las de Villadiego en plan Roldan ¿Se acuerdan de Luis Roldán? Pues algo parecido.
No están en el PSOE para cantarle a Santos aquello del “amiguito que Dios te bendiga”, el juez del caso (¡menudo caso!) les quitó la exclusiva y se lo cantó él solito.
Lo de poner los pies en polvorosa se quedó corto. Curiosamente tras celebrar también su onomástica el marido de Begoña, las negaciones a Cerdán por parte de los que freían sus manos por él, dejaban en pecata minuta lo de San Pedro negando a Cristo. Lo de María Jesús, desde su poliempleo, queda como paradigma para estudiosos de la Ciencia Política ¡Qué manera de apartar la mano del fuego!
Y en el mismo día en que la gallardía se cogió, más que unas vacaciones, una excedencia sine die en el PSOE de toda la vida, otro tribunal daba la razón a quienes habían visto un fraude del tamaño del Valle del Jerte en la toma de posesión como diputado regional del tal Gallardo, expresidente de la Diputación Provincial, quien corrió a pedir de renuncias de compañeros, para buscar el burladero que le ofrecía un acta de diputado en la Asamblea de Extremadura. Allí veían como se descaraban tanto el que urgió a otros a renunciar, como estos otros que se prestaron al juego a cambio de vaya usted a saber qué y por cuánto.
El caso es que, por mucho menos, lo saben ustedes como yo, en cualquier país europeo empezando por la vecina Portugal, se han visto caer Presidentes o Primeros Ministros en aras de resguardar la dignidad de unos cargos que representan, no lo olvidemos, la voluntad de todos los ciudadanos. Y los españoles, con la actual mayoría parlamentaria (de perdedores), o con otra que pudiera surgir, tampoco depositamos nuestro voto para que quien nos represente no requiera salir de sus estancias palaciegas para captar el hedor de la corrupción. Una corrupción que comienza a empaparle los bajos de los pantalones, con un fango que él solito parece empeñado en remover.
Es hora, pues, si el sentido común se abre paso, que el próximo otoño nos demos otra oportunidad, poniendo a cada uno donde el escrutinio indique, y que España, histórica Tierra de santidad y gallardía, reverdezca semejante condición ante el mundo que nos contempla.
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