Decía Pedro no sé qué de una máquina del fango. Y andaba el hombre chapoteando sobre el cieno que rebosa desde los cerros de hedionda inmundicia que sitian La Moncloa, con capilaridades que circulan, de dentro a fuera de dicho recinto, cada vez más difíciles de atajar.

El PSOE, porque ha sido desde la mismísima cabeza del PSOE, ha convertido (otra vez) la política española en un extraordinario montón de mierda. Y perdonen lo escatológico. Pero es que sin esfuerzo repele la peste a corrupto; sin demasiada presión, supuran nuevos escándalos; sin necesidad ni de mirarles, ya se sabe, aquí nadie se enteró de nada.

Hoy demasiados, y demasiadas, andan haciendo cola para ser atendidos en las unidades de quemados de la sanidad pública, si no van antes a la Ruber. Y quienes aún creemos en la política, en la que sólo es política y no tratos que acaban en memorias USB en el bolsillo de un Koldo cualquiera, o en la entrepierna de actrices porno de tercera, quienes creemos en la política, decía, a pedir cita y esperar que alguien se acuerde de invertir en Sanidad, aunque ese es otro tema…

Hartar a España hasta pedir el ingreso voluntario en algún centro que nos desintoxique de la realidad en la que vive nuestra Patria. Una nación con un Estado que avergüenza a sus conciudadanos a poco que sus representantes públicos aparezcan por cualquier foro extranjero. Porque si ya habíamos superado cualquier nivel de irrelevancia con estos enviados, ahora somos el hazmerreír de quienes les circundan, en esas reuniones de alto postín por las que aparecen para ponerse siempre en contra de lo que el sentido común y hasta el interés propio inspiran. No somos nadie y, lo peor, quien debiera solventar semejante problema no hace más que ahondar en el agravio. Y, recurriendo a lo pésimo, quienes podrían evitarlo todo retirándoles todo su apoyo y asesoramiento, tampoco lo hacen.

A España le urge una rápida intervención higiénica. Porque hay que limpiarlo todo: desde los escaños hasta el propio concepto política, si pretendemos seguir disfrutando de nuestra democracia, de nuestra Libertad.

La suciedad, la indecencia, la traición que supone el ejercicio que todo esto a la voluntad de los españoles reflejada en sus votos, merece que la oportunidad se concrete a la mayor brevedad, viendo qué salvaguardan las paredes de metacrilato de las urnas, esta vez ya, sin nadie en Correos que dé pie a la duda y, a ser posible, sin candidatos prostituyentes de nuestro modo de vida. Aunque de los melones por abrir, Dios nos libre.

No reclamo, aunque tampoco estaría mal, una España en la que Sol refulja las veinticuatro horas del día, porque de Sol a Sol se extendiere nuestra nación. Mis aspiraciones, y creo que en ello me secundan muchos, son a día de hoy más humildes sin dejar de ser ambiciosas, sólo deseo que el hedor a políticos de lugares oscuros y gustos escabrosos, reflejos de su condición, se disipe, que la política deje de ser la cloaca de tantos y, sobre todo, que España, cuando se identifique aquí o allá, no vuelva a servir de cachondeo a nadie.