La "pelusilla" siempre fue cosa de pequeños, y se da, especialmente, entre los hermanos, los amigos, los compañeros de colegio... Su forma diminutiva la perfila como si se tratara de una pequeñez, de una insignificancia sin maldad, propia de los pocos años :  "cosas de niños", se dice. Y todo el mundo espera que con la edad desaparezca, y así ocurre casi siempre, pero en algunas ocasiones la pelusilla se transforma en pelusa. El significado es el mismo : celillos, celos y envidia pura y dura, tan arraigada en los humanos desde que nos consideramos como tales.

Dicen los expertos que la envidia es una enfermedad, y puede ser que tengan razón, y afirman que es una enfermedad de difícil curación, porque acompaña a quien la padece de forma inseparable, es decir, forma parte de la personalidad de quien la sufre.

Recordemos que la envidia se presenta en dos vertientes : una, al alegrarse del mal ajeno, y otra, entristecerse con lo bueno de los demás. Cuando estudiábamos religión, la envidia se incluía entre los pecados o vicios capitales, al ser cabecera u origen de otros.

Por ello y con el fin de atenuar sus graves consecuencias, se proponía que la mejor lucha para contrarrestar sus secuelas era la caridad, es decir, la comprensión, la paciencia, el perdón, la compasión, la humanidad... A veces la envidia campea a sus anchas por otro ámbito más malvado aún : el de la soberbia y la arrogancia ya que es su refugio, es la manera de ignorar su triste realidad, y está realidad es ciega : "Yo (siempre el yo), soy el primero en todo, el que más sabe, a quien nadie puede rebatir porque estoy en poder de la verdad absoluta..." Y a tal extremo llega la estupidez, que los afectados se lo creen a pie juntillas, no faltando, además, el grupo de seguidores fieles y serviles que los ensalzan y los magnifican aún más.