
La terna del monigote
A veces tengo la impresión de que lo de Pedro escapa, incluso, a él mismo. Es esa sensación que, en ocasiones, trasladan las personas que son puestas ahí para servir de tonto útil en favor de intereses absolutamente ajenos al propio tonto. Sobre todo cuando uno se fija en la cantidad de poltronas que ha ido repartiendo y que ahora, evidentemente, sus ocupantes no desean abandonar en modo alguno.
Un extraño feedback, o quizá no tan extraño, que surge a medida que se van firmando designaciones y éstas comienzan a girar en torno al firmante, para que éste no cese en su posición de eje de todo porque, de lo contrario, todo deja de girar… y eso no es bueno, especialmente, para los designados.De ahí la condición de monigote (véase la segunda acepción en la RAE) de nuestro protagonista, principal aspiración, ésta sí, del tal Sánchez.
Ocurre que cualquiera que aspire a protagonizar algo, debe mostrarse, salir a la luz para recibir el reconocimiento popular, o del pueblo -evitemos equívocos-. Pero salir, lo que se dice salir, para recibir el reconocimiento de los gobernados, Pedro sale poco, paradójicamente, para evitar ser reconocido, no sea que se repita lo ocurrido por Bajo Guía, en algún desfile militar o, por ejemplo, en Paiporta…. Tampoco en Europa se escapó. Un serial de abucheos que no parece haber alcanzado su cenit aún.
A partir de ahí se entiende mejor que, si para los compatriotas no sirve, su mantenimiento en el puesto sea una cuestión de estado, así en minúsculas, para quienes le deben el propio. Demasiados intereses ajenos al interés general, abandonado éste al caprichoso arbitrio diario del orden de prioridades que se establezca, no sabemos muy bien si en La Moncloa o comunicado desde Waterloo. Es aquello de hacer de la necesidad virtud, que traducido resulta, hacer lo que quiera un prófugo para mantener todos el asiento, llevando al extremo el desgaste de la dignidad nacional hasta que la Nación decida volver a ser la protagonista.
Nunca España tuvo tanto aplaudidor a sueldo. Nunca hubo tanto pelota ni tanto siwanismo, bien mantenido y pendiente de que no se seque la fuente. En torno al millar cuentan que a diario asesoran al Presidente, imaginen el dolor de cabeza.
A partir de ahí, entiéndase la capacidad inagotable de justificar lo injustificable, de desviar atenciones, de no responder nunca a lo que se le pregunta, porque hay que alargar la persistencia en la sede presidencial de quien nunca fue elegido por España para gobernar. Nunca ganó unas elecciones, y si eso nunca les importó a semejante cohorte, considérese que les puede interesar la opinión de España a la hora de asesorar sobre cualquiera de aquellos asuntos para los que fueron llamados a Palacio.
Tenemos, pues, la terna perfecta: el que cree hacerlo todo bien; los que aplauden para que se lo crea; y los que insisten en que no falten aplaudidores, para que los cientos de miles de euros no falten en sus nóminas, verdadera razón del sinvivir de todos estos.
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