Sábado, 06 de Septiembre de 2025

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A.M.H.
Martes, 20 de Mayo de 2025

El olvidado beato ceutí

Nuestra ciudad, a lo largo de su historia, ha dado a la cultura occidental importantes intelectuales, pensadores, militares, políticos y religiosos. Y es en este último campo donde debemos mencionar a un santo que nació hace más de 600 años y del que, lamentablemente, apenas nadie se acuerda pese a su importancia: Amadeo de Silva, cuyo nombre secular era João Menezes da Silva. 

 

La tradición más aceptada lo hace hijo de Rui Gomes da Silva, escudero del rey Juan I de Portugal (padre de Enrique el Navegante) y de Doña Isabel de Meneses, hija bastarda de Pedro de Meneses, primer gobernador de Ceuta. Era hermano de Santa Beatriz de Silva, fundadora de las monjas concepcionistas, a la sazón emparentada con la reina Isabel la Católica. De hecho, será esta monarca la que en 1484, le ceda los Palacios de Galiana, donde se encontraba la capilla de Santa Fe, lugar al que se traslada con doce compañeras, comenzando a vivir el nuevo género de vida monástica dedicada a la honra de María Inmaculada. En 1489 el Papa Inocencio VIII aprueba la nueva Orden a través de la Bula Inter Universa. 

 

Volviendo a Amadeo de Portugal, debemos destacar que a los 22 años se retiró al monasterio jerónimo de la Puebla de Guadalupe (Cáceres). Poco después se traslada a Granada, con la intención de morir mártir o convertir a los musulmanes, pero al no conseguirlo, volvió a Guadalupe. 

 

En 1452 obtiene la obediencia del Prior, Gonzalo de Ilescas, para poder trasladarse a Asís, en donde cambia el hábito blanco por el pardo de los franciscanos, para poder ir de misioneros a cualquier selva del mundo. Posteriormente, fue rechazado por los frailes de las demás familias, pero contó con el apoyo del ministro general Francisco della Rovere (1464-1469), del que parece que fue su confesor. Elegido papa con el nombre de Sixto IV, della Rovere no dejó de favorecerlo, concediéndole la iglesia romana de San Pedro en Montorio y fuese su director espiritual. 

 

Fundó la Orden de los Amadeanos. De ese modo, los amadeitas se instalaron en Milán, Lodi, Génova, Foligno, Asis, en Italia central y septentrional y en España. Deseando hacer una visita a todos sus frailes, llegó al convento de Santa María de la Paz en Milán, donde murió. Su congregación, finalmente será suprimida en 1568, que se unió a los franciscanos. 

 

Una de sus grandes aportaciones, aparte de su vida santa, es una obra que lleva el título de Apocalypsis Nova, donde, según él, pone por escrito sus experiencias místicas (en ocho largos trances o raptus), en las que se le revelaría cómo había creado Dios los ángeles, el mundo y el hombre. Destaca la cuarta de aquellas visiones que habla de la llegada de un Pastor Angélico que salvaría al mundo de su deriva. 

 

La visión que él mismo narra de la Virgen María venerada por siete ángeles ha sido fuente de inspiración para famosos pintores renacentistas. Entre estos destaca Leonardo da Vinci, quien se inspiró en la Apocalypsis Nova para el diseño de su obra La Virgen de las Rocas. Esta obra no estuvo exenta de polémica. El original fue encargada a Leonardo y los hermanos Evangelista y Cristóforo de Predis para decorar el altar mayor de la iglesia milanesa de San Francesco el Grande en 1483. No obstante, los frailes le encargaron que representase a la Virgen con los profetas, temática ausente en la tabla por lo que pusieron el asunto en manos de los tribunales. Tras más de una década de severas disputas, obligaron a Leonardo a pintar otra vez la tabla para su altar mayor, pero el toscano, repitió el tema salvo en los detalles menores. Hoy día hay tres versiones de esta obra dispersas por Europa. 

 

Tras la muerte de Amadeo, su tumba en Santa María de la Paz fue mandada a construir por el rey Luis XI de Francia y pronto comenzó a recibir visitas de muchos devotos. Fueron cuatro siglos de culto ininterrumpido, hasta que su tumba fue destruida durante las invasiones francesas, aunque se conoce el sitio donde estaba. 

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