Cuentan que, una vez, un ministro que iba a dejar de serlo, fue a visitar a su presidente para serle comunicada su inminente baja del ministerio del que había sido titular de forma efímera. Tal vez, aquella reunión fue lo más importante de aquel fugaz mandato ministerial.

En aquella reunión, el ministro, que salió librero de la misma, tenía que escuchar de su convocante su preocupada reflexión por cuál sería el reconocimiento histórico que su paso por la presidencia del gobierno tendría entre los españoles.

Eso de pasar teniendo que dejar una estela indeleble al tiempo ha de ser algún síndrome propio del cargo - atazagorafobia parece llamarse -, cuando la realidad apunta a que será infumable. Y debe ser cierto aquello de hacer, no de la necesidad sino, en este caso, de la inutilidad, virtud. Véase si no la cantidad de ocasiones en las que, este Presidente que nos toca padecer, ha soportado una tormenta tras otra sin dar su brazo a torcer, ora apoyado en el bolsillo ajeno de las finanzas públicas (impuesto sobre impuesto), ora en la cesión de competencias exclusivas del Estado, cada vez más raquítico en su capacidad de decisión sobre lo propio, entre aquello sobre lo que ya no decide y las decisiones que le imponen desde más allá del Sur de Ceuta.

Pero, debió ser por despiste o algo similar, al Presidente se le había escapado que, durante un tiempo, anduvo fuera de control (o bajo control ajeno) su forma de expresarse a hacia sus subordinados. Un tiempo en el que los apelativos volaron por las redes, especialmente, por esa llamada WhatsApp y, a día de hoy, de esa fuente virtual no paran de brotar bautismos políticos, surgidos unas veces de la pila moclovita, y otras desde la sede de Ferraz. Y así hemos conocido a ministros y ministras, cuya dignidad quedó en manos de su superior, no sabemos si a cambio de alguna prebenda con tal de no liarla parda dentro y fuera del Consejo de ministros del que, un día hubo uno que, entrando ministro, salió librero.

De este modo, conocimos a “la pájara”; al “estulto” (dado que demuestra estulticia en su proceder, según el celebrante) también “torpe o maltratador”; al “impresentable” … En fin, todo un nuevo santoral basado en motes que, entre otras cosas, de boca (o dedos) de quien les redescribe para la opinión pública y, quién sabe, si para la posteridad, definen al tipo de gobernantes que dominan el panorama político actual de España.

No es cuestión de entrar ahora en la vida y obra de todos los apelados, preocupados hoy por ver si habrá seguido disparando sobre los mismos o sobre quienes puedan tener a su vera, la UCO y sus informes sabrán. Una última hora nos trae que nada menos que el nuevo número 3 del PSOE recibirá notificación para ser también procesado. Quizá si sería el momento de pararse a pensar por qué Sánchez, pudiendo pasar a la memoria colectiva como “el felón” o “el traidor”, apelativos más propios de grandes (aunque nefastos) dirigentes, ha reducido todo a Pedro “el del WhatsApp” en su atazagarofóbica ¿magnificencia?

Definitivamente, esta es la España que tenemos, para la que la Justicia no desea, ni parece que vaya a permitir, olvido en ninguna medida, por más que alguno anhele traspasarle su propio sinvivir…