
Apagón de la tortilla
Podrá haber vuelto la luz, pero España continúa a oscuras. Es la luz, precisamente, lo que ahora nos ciega para no ver explicaciones ciertas y consecuentes de lo sucedido ahora, o lo ocurrido y no solventado en La Palma, en Valencia, etc., etc.
Y escribo mientras diviso no muy lejos la costa africana, ese lugar desde donde, quizá por primera vez, nos llegó la ayuda para recobrar una normalidad que ahora resultará el doble de cara. El doble, primero, porque lo de aquí “petó” y, segundo, porque tuvo que ser lo que, sin temor a equivocarme en exceso, seguramente les pagamos y facilitamos a otros, aquello que vino a socorrernos como ayuda externa. A ver a cuánto asciende ahora la nueva factura que nos pase Mohamed.
Es lo que tiene la dependencia de un gobierno inútil, dependiente a su vez de las imprudencias de un Presidente a quien, sin mucho tardar, presentarán el diezmo a pagar (con bolsillo ajeno) en tierra ajena para mantener el sillón en la propia. Hasta cuándo, nos preguntamos cada español, quienes yendo más allá de nuestra propia ideología, nos sentimos acuciados entre la perplejidad y la sensatez de lo que nos toca vivir a diario.
Por suerte, a día de hoy ya funciona todo, especialmente, todos aquellos artilugios y máquinas destinadas a facilitarnos los tickets, facturas o impuestos a pagar. Porque, de otra cosa no sé, pero este gobierno de eso de freír a impuestos al feliz pueblo español, que se levanta en gozosa algarabía porque recuperó la luz de sus lámparas y de sus aparatos, de eso y en eso son Máster and Commanders.
Para lo que sirvan después esos impuestos tampoco tenemos una idea clara, salvo los números que, de vez en cuando, nos facilitan desde VOX, inmediatamente contestados con la consiguiente retahíla de improperios que la verdad suele acarrear como respuesta a su presencia. Porque la verdad ilumina como ninguna otra cosa. Y eso, en medio de la turbidez y la penumbra informativa de este gobierno, que se dedica a decidir en sus reuniones si la tortilla va con o sin cebolla, con la excepción de dedicarles un buen premio, no gusta, El premio creo que tampoco, pero a saber…
Así pues, nos hallamos a nada de enfrentarnos a otro apagón. Si peor o más llevadero que el reciente, lo desconozco. Pero seguro, porque, como decía en mi último artículo, este gobierno, empezando por el que firma lo que le dice Puigdemont, acostumbra a terminar haciendo lo contrario a lo que anuncia, y si dijeron que era imposible un apagón y lo hemos vivido, pónganse conmigo en lo peor cuando escuchen a estos decir, apenas recuperada la corriente, que no volverá a pasar…
Ah, y olvídense ya del tan manido recurso de esperar dimisiones en cualquiera de esas casas desde las que España es, supuestamente, dirigida. Y si lo es, a saber a hacia adónde. Porque, en esas casas, dimitir es un verbo obscuro, tenebroso, propio de la invocación de fascistas que ora se apuntan la prevención de riadas por pantanos construidos en épocas siniestras (realmente diestras); ora se anotan el tanto del levantamiento de centrales nucleares que, de haber estado debidamente activas, nos habrían ahorrado unas horas de negrura de las que se hace difícil adivinar qué extraños intereses, quizá, las generaron.
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