No lo han dudado. Sólo estaban esperando el momento. Nos alertan de la guerra.

Antes del tristemente famoso febrero de 2020, cuando el COVID comenzó a amenazar nuestras vidas, ya se anunciaban posibles epidemias mundiales que podrían asolar el Planeta, dejando una estela de muertes que, finalmente, terminaríamos por padecer.

No hubo, entonces, intervenciones públicas para decirnos qué hacer en relación sobre cómo prevenirnos. No sé sabía por dónde, ni en qué forma nos llegaría. Se extendió desde China, hoy ya sabemos que no fue ningún animal, fue la mano del hombre en su afán por ir más allá, y la irresponsabilidad definitiva de quienes nos lo ocultaron, lo que sumergió a nuestro mundo en casi un lustro de miedo y desconfianza del que ahora quieren aprovecharse otros.

Ya vieron la clientela potencial para esa guerra. Para empezar, toda Europa. Así que se pusieron manos a la obra. Al contexto actual sólo tenían que buscarle ampliación. Por el Este la guerra ruso-ucraniana, y allá por donde el Mediterráneo termina entre Egipto y Turquía, el sempiterno conflicto palestino-israelí facilitaban el escenario, para que la avaricia de multinacionales y  lobbys comenzaran a incrementar su presión sobre quienes tanto gustan de ser untados con el maná que pudiera generarles el sometimiento de la población a su proyecto de inversión en miedo.

La supuración por la presión de los grupos llegó hasta el mismísimo Vaticano, desde donde se emiten en la actualidad peticiones de oración, desde el propio Papa, encamado en el hospital, hasta arzobispos de aquí y de allá.

Los medios de comunicación no dudaban en acudir a la llamada de sus mantenedores, y ponían sus parrillas al servicio de la nueva causa que bullía desde los despachos bruselenses, haciendo llegar su borboteo a todo lugar a través de las ondas. Informativos, reportajes, tertulias… todo a disposición de la causa.

Sólo quedaba iniciar  la recaudación de todo lo invertido, multiplicado no sabemos por cuánto. Pero eso, ahora, es cosa nuestra.

Porque ahora es cuando le toca a la Europa de los ciudadanos, desde cada una de sus naciones, responder al amedrentamiento que quieren infundir en la población global europea, apoyándose en supuestas intenciones de otros que jamás anunciaron nada parecido a lo que nos quieren vender.

Hay, pues, que trasladar el miedo de bando. No debemos consentir el requerimiento colectivo de ser, otra vez, conejillos de Indias y paganinis finales de los abusos y probaturas de quienes fueron votados para gobernarnos, no para exigirnos, sin vergüenza, que nos volvamos al zulo de nuestros miedos, que realmente es el agujero del propio pánico de nuestros representantes, a ser puestos, sin mascarilla ni kit alguno, ante el patíbulo de su final político.

Quienes nos llevan a esto sabemos de sobra quiénes son, socialistas y populares, socios europeos que se retroalimentan en busca de la merced que les ofrece una población de tales dimensiones, expuestas sin límites al mal proceder de su interesado arbitrio.

Propalar estas vergüenzas es lo que tratan de evitar, promoviendo legislaciones que censuren y acallen cualquier foro desde el que se deje en evidencia la gran mentira que nos acosa, esa que parece el objetivo oculto número 18 de su maldita Agenda 2030: la sumisión de la población.