Crónica de un "conflicto" anunciado
En los últimos días estamos asistiendo a un incumplimiento del alto fuego en Gaza y a un recrudecimiento de su situación tan flagrante que aún no hay explicación plausible a esa connivencia de la comunidad internacional.
El apoyo de Estados Unidos a Israel es obvio (ambos históricamente van de la mano, como en el bloqueo que hacen conjuntamente a Cuba) pero que las potencias europeas no levanten la voz y actúen con medidas concretas es más doloso. Las declaraciones de algunos presidentes reconociendo el estado palestino es importante, pero eso junto al apoyo moral y las manifestaciones propalestinas no mitigan el problema puesto que la “guerra” no se ha frenado en lo más mínimo. Quedan como un mero brindis al Sol, para que Occidente pueda permanecer con la conciencia tranquila.
¿Qué ocurriría si eso sucediese en Europa? La respuesta es clara y evidente ya que tenemos el caso de Ucrania donde es más acertado el concepto “conflicto armado”. En esta guerra se han invertido miles de millones en armamento y se ha promovido la llegada de familias enteras o de menores no acompañados en un claro ejercicio de hipocresía, dado que con otras nacionalidades o conflictos son más reticentes. Cuando Trump ha querido zanjar la cuestión en ese territorio no ha dudado en obviar a la UE y en comenzar a establecer “diálogos de paz” con Putin y Ucrania acusando a Zelensky de ser responsable de comenzar el conflicto.
Las similitudes con la situación en Gaza son evidentes salvo que, por desgracia, carece de apoyo y de reconocimiento internacional.
¿Acaso las naciones europeas desconocen lo que allí sucede? Podríamos plantear dicha pregunta ingenuamente en un vano intento de justificar a Europa, pero es un argumento fácilmente desmontable.
Escalofriantes y clarificadoras son las palabras del jefe humanitario de la ONU, Tom Fletcher publicadas la semana pasada: “Una de las primeras cosas impactantes que vi entrando (en Gaza) fueron los perros merodeando por las ruinas. Le pregunté al colega que estaba conmigo por qué estaban tan gordos y me dijo que porque están buscando cadáveres. Y te das cuenta que la gente está delgada. Y ves esto durante kilómetros y kilómetros”.
El informe elaborado denuncia que las fuerzas israelíes han destruido también de forma sistemática numerosas instalaciones de salud sexual y reproductiva en Gaza, mientras paralelamente se bloqueaba la llegada de medicamentos y equipos necesarios para garantizar el bienestar de embarazadas, mujeres en el parto o en postparto.
En consecuencia, “mujeres y adolescentes han muerto en complicaciones durante el embarazo o el parto debido a las limitaciones impuestas por las autoridades israelíes”, algo que podría ser considerado el delito contra la humanidad de “exterminio”, sostiene el documento.
Otros ataques denunciados fueron el que en diciembre de 2023 se dirigió contra la mayor clínica de fertilidad de Gaza, destruyendo 4.000 embriones, y el perpetrado un mes antes contra un centro de mujeres víctimas de maltrato.
Tanto estas declaraciones como el mencionado informe datan de una semana antes del incumplimiento del alto al fuego en Gaza, por lo que hay que sumar más víctimas, tanto asesinadas como desaparecidas, ante la impasibilidad internacional.
No obstante, pese a ese escaso apoyo por parte de otras potencias fuera del mundo islámico, nos encontramos que a la par que se condena verbalmente las agresiones a los palestinos se les vende o compra armas a Israel demostrando nuevamente que la hipocresía es un rasgo inherente a la política occidental.
Pese a todo, es un conflicto enquistado en el tiempo y cuyo mal empezó hace ya más de una centuria cuando en la Declaración Balfour se prometió un estado al pueblo judío y se comprometían a respetar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judíos. O lo que es lo mismo, prometían la creación de un estado a una población que tan solo representaba el 6%, excluyendo al resto deliberadamente. Desde ese mismo momento comenzaron los enfrentamientos con las primeras unidades paramilitares de colonos judíos europeos y la expulsión de campesinos de sus tierras.
En las décadas siguientes, el problema no hizo sino crecer y con la creación del estado de Israel en 1948 y el abandono de los británicos de esa zona dio comienzo al “conflicto” que persiste en la actualidad.
No obstante, a día de hoy, desde las tribunas políticas hasta la prensa se juega con las palabras para definir lo que allí está sucediendo. Si utilizamos la RAE, guerra significa “Lucha entre partes contendientes con utilización de las armas, persistencia y manifiesta voluntad hostil” y genocidio “Exterminio sistemático de un grupo humano por motivo de su raza, etnia, religión o nacionalidad”. El término adecuado es evidente, la clave es quien lo interprete y con qué objetivos.
En los últimos días estamos asistiendo a un incumplimiento del alto fuego en Gaza y a un recrudecimiento de su situación tan flagrante que aún no hay explicación plausible a esa connivencia de la comunidad internacional.
El apoyo de Estados Unidos a Israel es obvio (ambos históricamente van de la mano, como en el bloqueo que hacen conjuntamente a Cuba) pero que las potencias europeas no levanten la voz y actúen con medidas concretas es más doloso. Las declaraciones de algunos presidentes reconociendo el estado palestino es importante, pero eso junto al apoyo moral y las manifestaciones propalestinas no mitigan el problema puesto que la “guerra” no se ha frenado en lo más mínimo. Quedan como un mero brindis al Sol, para que Occidente pueda permanecer con la conciencia tranquila.
¿Qué ocurriría si eso sucediese en Europa? La respuesta es clara y evidente ya que tenemos el caso de Ucrania donde es más acertado el concepto “conflicto armado”. En esta guerra se han invertido miles de millones en armamento y se ha promovido la llegada de familias enteras o de menores no acompañados en un claro ejercicio de hipocresía, dado que con otras nacionalidades o conflictos son más reticentes. Cuando Trump ha querido zanjar la cuestión en ese territorio no ha dudado en obviar a la UE y en comenzar a establecer “diálogos de paz” con Putin y Ucrania acusando a Zelensky de ser responsable de comenzar el conflicto.
Las similitudes con la situación en Gaza son evidentes salvo que, por desgracia, carece de apoyo y de reconocimiento internacional.
¿Acaso las naciones europeas desconocen lo que allí sucede? Podríamos plantear dicha pregunta ingenuamente en un vano intento de justificar a Europa, pero es un argumento fácilmente desmontable.
Escalofriantes y clarificadoras son las palabras del jefe humanitario de la ONU, Tom Fletcher publicadas la semana pasada: “Una de las primeras cosas impactantes que vi entrando (en Gaza) fueron los perros merodeando por las ruinas. Le pregunté al colega que estaba conmigo por qué estaban tan gordos y me dijo que porque están buscando cadáveres. Y te das cuenta que la gente está delgada. Y ves esto durante kilómetros y kilómetros”.
El informe elaborado denuncia que las fuerzas israelíes han destruido también de forma sistemática numerosas instalaciones de salud sexual y reproductiva en Gaza, mientras paralelamente se bloqueaba la llegada de medicamentos y equipos necesarios para garantizar el bienestar de embarazadas, mujeres en el parto o en postparto.
En consecuencia, “mujeres y adolescentes han muerto en complicaciones durante el embarazo o el parto debido a las limitaciones impuestas por las autoridades israelíes”, algo que podría ser considerado el delito contra la humanidad de “exterminio”, sostiene el documento.
Otros ataques denunciados fueron el que en diciembre de 2023 se dirigió contra la mayor clínica de fertilidad de Gaza, destruyendo 4.000 embriones, y el perpetrado un mes antes contra un centro de mujeres víctimas de maltrato.
Tanto estas declaraciones como el mencionado informe datan de una semana antes del incumplimiento del alto al fuego en Gaza, por lo que hay que sumar más víctimas, tanto asesinadas como desaparecidas, ante la impasibilidad internacional.
No obstante, pese a ese escaso apoyo por parte de otras potencias fuera del mundo islámico, nos encontramos que a la par que se condena verbalmente las agresiones a los palestinos se les vende o compra armas a Israel demostrando nuevamente que la hipocresía es un rasgo inherente a la política occidental.
Pese a todo, es un conflicto enquistado en el tiempo y cuyo mal empezó hace ya más de una centuria cuando en la Declaración Balfour se prometió un estado al pueblo judío y se comprometían a respetar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judíos. O lo que es lo mismo, prometían la creación de un estado a una población que tan solo representaba el 6%, excluyendo al resto deliberadamente. Desde ese mismo momento comenzaron los enfrentamientos con las primeras unidades paramilitares de colonos judíos europeos y la expulsión de campesinos de sus tierras.
En las décadas siguientes, el problema no hizo sino crecer y con la creación del estado de Israel en 1948 y el abandono de los británicos de esa zona dio comienzo al “conflicto” que persiste en la actualidad.
No obstante, a día de hoy, desde las tribunas políticas hasta la prensa se juega con las palabras para definir lo que allí está sucediendo. Si utilizamos la RAE, guerra significa “Lucha entre partes contendientes con utilización de las armas, persistencia y manifiesta voluntad hostil” y genocidio “Exterminio sistemático de un grupo humano por motivo de su raza, etnia, religión o nacionalidad”. El término adecuado es evidente, la clave es quien lo interprete y con qué objetivos.
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