Hoy esta columna cobra más sentido que nunca, y es que está dedicada a quien quiere leer y, además, lo hace.

He crecido entre libros, aunque debo confesar que mi amor por ellos ha tenido sus altos y sus bajos, ya que ahora me apetece más escribir que leer. He disfrutado y disfruto del placer de leer títulos que me marcaron hace años, y los he devorado con ojos de sumiso a ellos, entregándome a ellos, consciente siempre de que de ellos sacas siempre una enseñanza, por pequeña que sea.

Descubrir esas letras dentro de los libros es maravilloso, porque supone aceptar que es como estar enamorado de esas letras impresas. Para mí, leer nunca ha sido un ejercicio exigente, porque nos hace recordar, nos hace sentir, y es absolutamente fascinante. Por mi mesilla han ido pasando títulos de géneros bastantes dispares, en los que me he ido refugiando muchas veces, un refugio esplendoroso.

Algunos libros aparecían en mí por esas ansias de emocionarme con las historias contadas, y el fruto de la lectura era obtener el mejor de los presentes : apasionarme. Con esas lecturas, creo que yo necesitaba de esas letras, y también he pensado alguna vez que esos párrafos leídos necesitaban, de uno u otro modo, de mí. Pienso que tanto yo como los libros hemos acertado en nuestra comunicación, independientemente de la historia que recogen, porque me han permitido sentirlas.

Los libros unen, y lo hacen de una forma muy especial porque se leen a solas, en silencio, y con pasión. Soy de los que piensan  que «compartir letras es vivir», y tengo bastante claro que lo quiero seguir haciendo, y en especial con mi amada Eva. Hay una frase que a veces recuerdo, cuando hace tiempo durante la noche encendía la lámpara y un libro se iluminaba entre mis manos, y dice algo así como : «Un lector vive mil vidas antes de morir. Aquél que nunca lee vive sólo una».

Como he dicho al principio, esta columna está dedicada a quien quiere leer y lo hace, porque en esta vida las cosas no ocurren únicamente con desearlas... Eso sólo pasa en los libros...