
Sea por la vida
La defensa de la vida, dicen, no está de moda. Pero eso no es un problema de la vida sino de la moda. Porque nadie renuncia a su vida porque no esté de moda. Porque las modas pasan, pero la vida, en la que se desarrollan las modas, permanece ¡vaya si permanece!
El wokismo nos ha traído hasta aquí, hasta la renuncia al más elemental del primero de los derechos, el derecho a la vida, e, incluso, a la promoción de su cercenamiento como si con ello estuviésemos dando ejemplo de algo. Le llaman cultura de la cancelación, de la finalización de todo lo que, hasta ahora, y desde que el mundo es mundo, ha sido la base de nuestra cultura, la occidental, la que se supone del mundo civilizado que ha supuesto, llegado el momento, de acabar con todo lo racional y lo sensato porque las modas mandan, hasta que pase la moda. Y entonces ¿qué?
Y el problema es que la tendencia ha empapado todos los sectores, desde el cultural al tecnológico, desde el económico al mundo de la comunicación, siendo especialmente este último el más peligroso porque sirve de correa de transmisión perfecta con la sociedad a la que va dirigido todo cuanto genera y retransmite. Sirva de ejemplo lo ocurrido la última semana en el Senado de España, donde una serie de organizaciones, la Red Política de Valores, se han reunido para exponer su parecer acerca del tema y el tratamiento de la información que respecto a esas jornadas se ha aplicado. Jornadas que, por cierto, trataron de impedir a toda costa.
Pocos minutos y ni una sola palabra en positivo. Planos rebuscados, como rebuscadas ciertas frases para sacar de ahí titulares que en nada definían lo esencial de esas intervenciones. Caras serias y comentario final del presentador de la televisión de turno para terminar subrayando subrepticiamente la condición, al entender del medio, retrograda de la intencionalidad de esas jornadas. Todo un canto, en fin, de entrega al wokismo de difícil comprensión viniendo de algún medio en particular.
Se trata, frente a todo, de disfrutar la vida y de la vida, y dejar disfrutar de ella sin pretender disponer de ninguna vida ajena por más autorizados que nos creamos por nuestra sapiencia o la experiencia adquirida. Supera cualquier limite de lo pretensioso erigirse como progresista coartando el propio escenario, la base para la que se pretende el progreso: La vida.
Esa tendencia de obviar el compromiso nos está costando caro, demasiado caro si no atendemos las necesidades de una Nación a la que sólo sabemos exigirle, buscándole la solución más fácil a sus conflictos y problemas apoyados en políticos que perdieron hace mucho tiempo el sentido de la exigencia, los mismos que, en vez de estrujarse el cerebro para solventar las necesidades que a corto o medio plazo requiere España, pretenden arreglarlo todo a base se disecar aún más el bolsillo de los españoles, incrementando la carga impositiva y realizando efectos llamadas hacia el entorno magrebí para después culpar de tanta muerte en el mar a quien no cesa de denunciar la equivocación constante en la estrategia por evitar siempre la mejor: fomentar políticas de natalidad que obliguen a incrementar los espacios en clínicas de maternidad. Nos va la vida en ello. Porque la vida no es una moda, es una necesidad que, además nos urge.
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