
El centro es una vía muerta
En la política española, las iniciativas que han intentado ocupar el espacio ideológico del centro han fracasado reiteradamente. Ciudadanos, el partido que encarnó esta aspiración en la última década, es el ejemplo más reciente de un fenómeno recurrente en nuestra democracia: la dificultad, o incluso imposibilidad, de consolidar una opción centrista que sobreviva al desgaste electoral y la polarización creciente. Las razones de este fracaso están en las dinámicas digitales actuales, los sesgos y las etiquetas, refuerzan la idea de que el centro político no es viable en el contexto contemporáneo.
El centro político se presenta tradicionalmente como un espacio de equilibrio, donde se rechazan los extremos y se busca el consenso. Sin embargo, en la práctica, este espacio se convierte a menudo en una tierra de nadie. En España, la política se ha caracterizado históricamente por una dualidad fuerte: derecha e izquierda. Esta dicotomía deja poco margen para la ambigüedad del centro, que es visto por muchos como un lugar de indecisión más que de moderación.
La crisis de Ciudadanos, que pasó de ser la tercera fuerza política a quedar prácticamente irrelevante, ilustra las dificultades que enfrentan las opciones centristas. En su búsqueda por agradar a ambos lados del espectro político, Ciudadanos acabó perdiendo identidad y apoyo. Este desenlace subraya un problema inherente: en un sistema político cada vez más polarizado, las posturas intermedias no solo se perciben como débiles, sino también como incapaces de inspirar la fidelidad del votante.
El auge de la digitalización y las nuevas tecnologías ha transformado profundamente cómo se consume y distribuye la información política. Las redes sociales, los algoritmos y la inteligencia artificial han intensificado las dinámicas de polarización, creando "cámaras de eco" donde los usuarios solo consumen información que refuerza sus ideas preexistentes. Esta fragmentación de la opinión pública hace que el discurso moderado tenga menos impacto en comparación con los mensajes extremos, que generan más interacción y viralidad.
El votante medio no busca puntos de consenso en un entorno donde las plataformas digitales recompensan la confrontación y el sensacionalismo. Además, la tecnología ha amplificado los sesgos cognitivos, como el de confirmación, que empuja a los individuos a rechazar cualquier narrativa que no encaje con sus convicciones. En este contexto, el discurso centrista, que intenta construir puentes entre posiciones opuestas, se enfrenta a un entorno hostil donde la simplificación y las etiquetas dominan.
Por esta razón, el problema para las opciones centristas es la facilidad con la que son etiquetadas y descalificadas desde ambos extremos. En una sociedad hiperpixelada y conectada, los partidos centristas son percibidos como "traidores" por ambos lados del espectro político. La falta de una narrativa contundente que articule una identidad clara también contribuye a su debilidad.
El resultado es una paradoja: el centro, que pretende ser un espacio amplio e inclusivo, termina siendo visto como un lugar vacío. Este fenómeno refleja un cambio en las dinámicas sociales y políticas impulsado por las nuevas tecnologías, dónde prima la juventud y donde los matices tienden a desaparecer en favor de posturas absolutas. La política del consenso no se adapta bien a un entorno donde los ciudadanos están acostumbrados a mensajes inmediatos y polarizantes.
Núñez Feijoo se equivoca tratando de ocupar ese espacio porque el fracaso del centro político en España no es un accidente, sino el reflejo de una dinámica social y tecnológica que premia la polarización. Pierde el tiempo haciéndose la foto en el congreso de la UGT porque la digitalización y los sesgos cognitivos han creado un entorno donde el discurso moderado encuentra poco espacio para prosperar y él, además, carece de la personalidad suficiente para superar la inercia de la confrontación que domina el panorama actual. La cuestión no es si el centro puede volver, sino si la sociedad está dispuesta a escuchar y valorar lo que representa a tan corto plazo como las próximas elecciones.
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