Aceite frito, vinagre, laurel y otras especias son los ingredientes del escabeche que condimenta los pescados. Hacer una escabechina no es más que organizar un destrozo o un estrago grande.

Algo así como lo sucedido hace unos días en Valencia. La tromba de agua se llevó por delante vidas, bienes y haciendas y también la decencia y la contención de un pueblo fatigado por tanta mediocridad política.

Este sistema de gobierno basado en la representación popular a través de los partidos políticos se va a pique entre el barro por falta de legitimidad y por sinvergüenza. Un ejecutivo presidido por un narcisista que no sólo está dañando el estado de derecho, sino la estima de un pueblo español que, por indolente, sufre las consecuencias de la incompetencia de sus dirigentes. Que cada cual vote lo que quiera, pero luego que asuma la responsabilidad de sus actos debería ser obligatorio.

Pero volviendo a la escabechina, es lo que habría que hacer para eliminar de este cartel político a todos los ineptos, pelotas, lameculos, inútiles, trepas y demás patulea que nos gobierna y que han progresado como un bólido aprovechando sus contactos, sus amigos y sus bragas o braguetas para juntarse a la casta política.

Esa legión de babosos y arribistas que en su petulancia y vanidad se codean unos con otros, aunque sean de distinto partido, sólo con el fin asegurarse mamar y darse importancia en su cumbre de poder, son merecedores de anatema y guillotina política. En Valencia, la semana pasada, Sánchez por canalla, Mazón por necio y Feijoó por melindroso. Escabechina debía haber para ellos, pero también, y sobre todo, para todos los que se pelotean unos a otros para juntarse en la foto y mearse en la gente llana del pueblo.

La lluvia hizo una masacre en Valencia que se podría haber evitado y una debacle que, después, se podría haber gestionado sin negligencia. Ha fallado todo y han fallado todos y por eso la escabechina es el aperitivo necesario de la catarsis. Si no hay cambios después de este suceso y el pueblo no despierta ahora España se condena a desaparecer.