Cuando llegue la hora, una DANA de votos debe borrar a todos esos que ustedes saben de la vida política. Un vendaval de voluntades debe aunarse para dar la oportunidad a otros que pongan a España antes que a sus propios partidos o a sus intereses personales.

Esto no debe continuar, aún no han hecho llegar las ayudas comprometidas a La Palma (¡tres años después!), y se les viene encima un temporal que dejan en paños menores la capacidad de respuesta de un gobierno, de varios gobiernos.

Y es verdad que no es hora de andar buscando responsables en medio de esta barbaridad que está viviendo Valencia, que en caliente no es el mejor momento para actuar. Pero es que en frio todo queda congelado, y lo de asumir responsabilidades en un país en el que tener a varios compañeros de gobiernos con la maza de la Justicia pendientes de llamarles y hasta a tu propia esposa imputada (investigada se llama ahora, igual que lo socialistas son progresistas, para quitarle un poco de tensión a la propia historia que les alumbra), sigue sin ser motivo suficiente para soltar ya el cazo e irte sin decir a dónde, lo que quizá tampoco interese a muchos.

En este país tan extraño a tantos allende nuestras fronteras que ven como, aquende, la asunción de responsabilidades, la culpa misma, entre gobiernos comienza a diluirse para acabar disolviéndose en vaya usted a saber qué último mando pagará la irresponsabilidad de los primeros. Y esto sucede una y otra vez por graves que sean los hechos... o quizá por eso mismo.

¡Que bien les vino a algunos lo de las autonomías! Amargo café para todos que siempre correr a cargo del pueblo, receptor perpetuo y único de tanta amargura de décadas.

¡Qué difícil va a ser engañar ahora a tantos, unidos por los cimientos de una tragedia que perdurará en la memoria de estos, y de muchos de los les sucedan, sabiendo cómo saben y darán a entender cuál es, a partir de ahora, el valor de la dignidad de la gente, el de unión reciproca que se deben! El pueblo salva al pueblo, como siempre.

Esos tantos que se agolpaban en torno a su Rey, el de todos y, con alguna excepción comprensible, supieron ver en él la esperanza que representaban, la España que se vuelca con una Región levantina otra vez asolada por una naturaleza que, habiendo estado domesticada y debidamente encauzada, a alguien se le ocurrió darle libertad y  así comenzó a desmontar pasados, presentes y futuros de tantos, y a llevarse centenares de vidas por delante que elevaron la voz  (y los palos) de la indignación sobre la más que manifiesta impotencia de los que un día asumieron cargos que les vinieron largos, demasiado largos…

Posiblemente sea el momento de darnos una oportunidad y, esta vez sí, volver a hablar en caliente ante la ranura de esas urnas que dictan nuestro futuro para otros cuatro años. Es hora quizá, incluso, de que suene en nuestros móviles esa alerta que esta vez nos llame a presentarnos en nuestros colegios electorales. Nos puede ir la vida en ello.