Cuando mi abuelo llegó a Barcelona desde Almería a principios de la década de los 60, conociéndolo como lo conocía, seguramente exclamó : ¡Cómo reciben a los emigrantes en Cataluña! Y no me refiero a aquello de que la banda tocaba, la gente arrojaba sus sombreros al viento, y cantos, bombos y platillos...

Lo recibieron bien porque iba a trabajar, a levantar país, a sacar adelante una familia con tres hijos.  Las cartas de los paisanos que llegaron antes al área metropolitana de Barcelona decían que había trabajo y se respiraba tranquilidad : un buen lugar en el que continuar con su vida laboral y familiar.

Mi abuelo era de hablar poco, pero cariñoso y buena gente... ¡Así lo recuerdo yo! Y no porque tuviera poco que contar, simplemente era así: discreto y sus preocupaciones viajaban solo con él. Mi abuelo trabajó construyendo viviendas, era un artista colocando baldosas, y desde muy joven aprendió él solo. Su presencia era tocar el cariño, el afecto, y nunca había una mala palabra: su sonrisa era la de su corazón.

Mi abuelo huía de disputas, era el conciliador de todo y de todos : su fiesta era el amor hacia los suyos, hacia su familia. ¡Cómo me hubiera gustado que conociera a la mujer de mis sueños, a la mujer de mi vida, Eva!

La nostalgia del recuerdo de mi abuelo Paco invade de vez en cuando mi interior, pero no me pongo triste, porque el único mal recuerdo que tengo sobre él fue su muerte, el resto de recuerdos son puros y maravillosos. ¡Ay, abuelo! ¡Siempre estaré orgulloso de tu corazón, un corazón lleno de amor y limpio de maldad!