Vengo de ver España
Vengo de ver España. Esa España que llaman de interior y perdura como la mejor depositaria de nuestra historia. La España ancha y alta cuando gusta de asomarse a su horizonte. La España de morteruelo y la que se empeña en avanzar sin huir de su propio tiempo.
Vengo de la España sempiterna, resuelta en canciones de siempre por la Cuenca que cuelga en los balcones de Alfonso VIII presente a cada paso; y de la España que hace rimar unos escenarios con otros, rehaciéndose en el oro de sus siglos grandes, de la inconmensurabilidad de sus poetas.
Vengo de la España que se aferra a sí misma sin que le acompleje el ayer, su ayer, el nuestro. De la España que se muestra y la que se guarda; la que se sabe extraordinaria en la pequeñez de sus villas e inmensa hasta lo inasequible a los sentidos por sus extensos territorios.
Vengo de la España que aprovecha un rato entre siglos para echar una siesta de la que algunos esperan que despabile desfigurada, otra, convertida en aquella España contra la que luchó para no ser lo que se le pretendía imponer sobre su milenaria naturaleza cristiana.
Vengo de la España que se requiere y reivindica a sí misma frente a sus malhadados políticos presentes, que ora le prometen glorias, ora se desdicen de las esperanzas comprometidas, quizá porque, como el tal Maquiavelo, ejercen persuadidos, fieles de que ética y política no son compatibles. Hasta que surge desde la vieja hermana Vascongadas quien se convierte en excepción a la norma y, de tal excepción, hace norma de su propia vida y actuación. Y así se invita a Castilla, originaria España, a henchir su pecho de ese hálito capaz de que su sólo soplo ahuyente de nuestras tierras tanto cuanto viene a mancillar su esencia.
Vengo, que no es volver, de la España a la que salí sin irme ni un ápice más allá de mi Patria. Y vengo del agradecimiento callado por lo legado, que se escapa a cada mirar por la ventana del hotel, tras el volver de cualquier esquina que me ofreció el ayer, germen irrenunciable del presente, por el que luchar para que prosiga su germinar. Vengo de la Castilla eterna, paso tras paso, pronunciando sus atardeceres, promesas del amanecer siempre alegre de un Sol que cae para remontar otra vez, siempre oriente tras oriente.
Vengo, en fin, de un sueño hispano capaz de hacerse imperial a poco que su orgullo de ser lo que fue, lo sea por volverlo a ser. Y me vine atado a la libertad de su presencia, a la unidad de su grandeza, a la grandeza de su unidad. Su libertad que es la nuestra, su unidad que es la nuestra, su grandeza que es la nuestra.
Vengo de un grito irreprimible de todos: ¡Viva España!
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