
España, res nostra
España no se puede permitir… España se merece otra cosa… España, España, España… Expresiones cotidianas, producto de estas últimas décadas de políticas destinadas, vistos sus frutos, a fomentar el apego de los españoles a todo aquello que les solventara lo más inmediato, desde prácticamente el inicio de nuestras vidas, y así permitir a los políticos ir concretando su proyecto manteniéndonos ajenos a semejantes causas.
Y siendo España cosa nuestra, hablamos de España como si de algo extraño se tratase. Es lo que muchos, demasiados, querían y parecen haber conseguido. Pero sólo lo parece. Porque nadie fue capaz de rendir y aniquilar el ser español. Y ahora nos toca a nosotros.
Hablo, me reitero, de España como de algo extraño, algo que esté ahí y nos fuera ajeno; siendo algo en peligro pendiente de nuestra actuación. Súmenle a esa realidad otra que parecemos no querer asumir: España somos nosotros. Y he ahí que la oportunidad se presenta para nosotros, somos nosotros quienes merecemos esa otra cosa. Porque, insisto, España somos nosotros. Más allá de designaciones administrativas, más allá aún de tanto interés bastardo que nos fue alejando de nuestra identidad, de todo aquello que generó nuestra esencia, nuestra razón de ser. Más allá de todo aquello, España somos nosotros, desde ayer hasta hoy, desde hoy hasta el momento futuro en que decidamos nosotros, quienes somos al unísono España, rendir nuestra razón de ser españoles. España refleja nuestro ser, nuestro ser es ser España.
Sólo bajo tal concepto de identidad y firme identificación nos permitiremos aspirar a nuestro propio futuro para seguir siendo lo que somos y mantener en pie nuestra Patria; reclamar nuestra identidad basada en reivindicar nuestro pasado, todo nuestro pasado porque, sin ambages, somos todo nuestro ayer y, bajo la responsabilidad de nuestro presente, afianzar el germen de nuestro porvenir, fértil como los siglos que en esta tierra española alumbró la misma grandeza que en otros lares, donde hoy presumen y blasonan de cuánto España les legó. Porque España supo cultivar grandeza allá por donde su presencia cumplimentó menesteres.
Hoy, que tanto elemento controlador de nuestras vidas y de nuestra voluntad se nos justifica como producto de decisiones democráticas, hemos de recurrir definitivamente a esa misma Democracia como objeto inspirador, motivo de defensa y arma para luchar por la misma junto a nuestra Constitución, verdadero Evangelio político del español frente a imposiciones extra terminis.
Ahora tenemos por delante la labor de devolver a su lugar a aquellos, a todos aquellos, que juegan con la esencia de nuestra naturaleza que es nuestra Unidad y con el modo de vida que decidimos darnos, camino ya del decalustro, que es nuestra Democracia que, como el propio ser de España no es negociable, no es planteable su desgajamiento, su desmontaje a trozos. Esa y no otra es la realidad a la que nos enfrentan aquellos que una vez, incluso, pregonaron su españolismo en las propias siglas de su partido.
España es cosa nuestra, asunto nuestro, y tiene una nueva oportunidad de resarcirse, precisamente, en Europa, uno de esos lugares donde acostumbran a decir cómo ser y cómo actuar, algo que España nunca de nadie requirió, hasta ahora.
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