
En la España de los insultos
En esta España que nos acoge, esta España de calumnias y memes, de improperios y salidas de tono, de tribunas por Las Cortes con las Cámaras de representación históricamente enfrentadas, en donde poco queda de aquellas sublimes intervenciones capaces de llenar libros con la sapiencia y forma de las mismas; en esta España nos hemos visto envueltos en el colofón de la deriva a la que entre unos y otros nos abocaron.
Esta España de los insultos frente aquella de la Paz y la palabra y con la Ley de todos por testigo (Victoria Prego, q.e.p.d, dixit). Esta España de la crispación frente a la que supo salir adelante, aparcando todos los miedos de todos por el presente y el futuro que previeron formidable frente a lo vivido, como así fue capaz de acontecer. Esta España, en fin, desbocada contra sí misma, desnaturalizada desde sus fronteras hasta el propio sentido de sus leyes, es la que nos toca por fuerza vivir y/o padecer según hayamos elegido entre los viejos bandos recuperados para solaz de no sabemos quién.
La España que va desde la tensión que interesaba hasta la amenaza, más o menos sibilina, más o menos manifiesta, de ejercer el poder por encima del propio poder otorgado; la España también del silencio otorgante y la boca chica, en una palabra, la de la cobardía a la hora de asentar una postura y demostrar inflexibilidad cuando toca, que es ahora, ante lo que amaga con derribar los cimientos sobre los que decidimos asentar nuestra condición de españoles.
Eso es lo que se nos ofrece, en medio de intentos de acuerdos que conllevan concesiones intolerables ante lo que es de todos. Y como dijera el pensador, “no es eso, no es eso…”, no, no es eso.
Porque parece, en el fondo y en la forma, que todo pudiera responder a la pretensión de reforma con visos de reformulación de nuestra Constitución, que la haría cambiar de genitivo, y dejar de ser de los españoles, para pasar a ser de los políticos españoles. Ya no sería nuestra, de todos los de los miedos aparcados, que los habríamos vuelto a recuperar por la amenaza de unos y la indolencia de otros con pinta de ser los mismos los últimos que los primeros.
El panorama llama a revolverse, a resistirse a cambiar, a no dejarse llevar por vientos de aquí y de allá, capaces de descompensar la más firme veleta multicolor; a apostar por lo que permanece y siempre fue igual sin renunciar a adaptarnos a lo que sea nuestro devenir. Sólo nos queda, pues, reunirnos entorno a la única España que nunca rehusó la responsabilidad de defendernos, donde las leyes deciden, en los peores momentos para la España del siglo XXI, frente a aquellos que pretendieron deshacer los lazos de la Concordia.
Eso y no consentir que continúen pretendiendo desviar nuestra atención de lo que realmente apabulla la situación de nuestra Patria: el peor momento de económico de nuestra historia, entreteniéndonos con estrategias políticas de amoríos supuestamente violentados por imputaciones judiciales, nuevamente el insulto a la inteligencia de una nación.
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