Con una auto confianza excesiva, lo cual es una característica común en individuos con rasgos narcisistas, Sánchez nos despacha una carta dirigida a la "ciudadanía" eufemismo acuñado por la izquierda para omitir pronunciar realmente "el pueblo español".

Como buen narciso el presidente se preocupa mucho de por cómo es percibido por el público y hace hincapié en su legitimidad como líder político demostrando, al mismo tiempo, dificultades para lidiar con la crítica o la adversidad, ya que amenaza su sentido de superioridad. Su decisión de tomarse un tiempo para reflexionar sugiere que sí está experimentando cierto nivel de malestar emocional y, por eso, su carta revela un deseo implícito de ser reconocido y apreciado por sus logros políticos y su compromiso con el servicio público, hechos que son la base de la movilización sin precedentes de las hordas de partidarios, estómagos agradecidos y alguna que otra zorra mediática que estos días se han lanzado a alabar la grandeza de su líder supremo.

Toda esta movilización, muy propia de los regímenes comunistas y su hipnótico culto a la imagen del dictador está caracterizada en España por una izquierda revanchista y mal perdedora que cual Némesis de venganza ha atrapado a su propio Zaratustra en un mensaje dirigido a todos y a nadie.

Allá cada cual, en la defensa de su propia ideología, pero este espectáculo está diseñado para tapar una red de corrupción, de engaño y de mentiras que transgrede y alcanza más allá de lo ético. Saunas, maletas, mascarillas y hasta la supresión del delito de malversación tienen un denominador común: un gobierno corrupto y una patulea incapaz de distinguir entre lo legítimo y lo amoral.