
Ni rumbo, ni timón
A la vista de la semana parlamentaria que nos han regalado nuestros políticos en unas cámaras y otras, no sé si cabe plantearse hacia dónde vamos con casi todos estos.
¿Cuál es el rumbo de una Nación que no sabe ni dónde se duerme ni dónde se despierta? ¿Hacia dónde va España si es esa la pregunta más corta, menos metafórica?
Un país que deja su sino en manos de quienes lo pretenden derruir ¿hacia dónde se dirige? ¿Quién lo guía si es que pretende comandarlo alguien hacia alguna parte en medio de tanta escoria dialéctica como demuestran ser capaces mientras España se desangra en su ruina?
¿Hacia dónde vamos si, por pretender, pretendemos echar abajo hasta nuestro modo de alimentación? ¿Hay algún timón que siga alguna estrella (la que sea)?
Hemos consentido que se desmorone todo, desde la raíz hasta la última punta de cualquier tallo. Ni la fe, ni la cultura, ni el sexo, ni la palabra ha permanecido ajenos al tacto político, al afán por ponerlo todo de rodillas ante el gran mando que todo lo pretende controlar, introduciéndose poco a poco, sin rodeos, según toque, en cualquier faceta de nuestras vidas. De la estética ya me dirán si queda en pie algún canon.
No hay timón y ¿para qué si no hay rumbo? Ni interesa que lo haya porque eso supondría permitir el criterio propio, la capacidad de decidir por uno mismo, la peor situación para quien aspira a gobernar sin oposición, ni tan siquiera de pensamiento, porque hasta el pensamiento ha de quedar programado. Vean si no lo que está pasando con la enseñanza de las Humanidades en todo el territorio patrio.
Bajo el manto de un omnisciente y manoseado concepto de libertad, todo ha quedado permitido no sólo desde el punto de vista legal, también al amparo de la ética. Todo vale porque no hay permisos que pedir; el yo no tiene un otro en el que limitarse. Un concepto de libertad que permite hacer rebosar cualquier indeterminación personal.
Eso sí, no toquen a quienes nos cobijan bajo su esfera. Seremos puestos en el disparadero. Valer es renunciar, diluirnos en la mentira que nos hace creer que somos un algo que ni somos ni hemos sido, ni jamás seremos.
No puede, no debe, no ha de pasar por ahí la base de una Nación. Nuestra Patria, esta Patria con tal de transigir ya transige contra sí misma, contra sus propias costumbres muy pretéritas a sus propias leyes porque le iban en su naturaleza. Me reitero, pues, en esa obviedad que marca la sensatez ahora machacada, la base de una Nación no ha de establecerse bajo la indefinición de unas fronteras, personales y de nación, difusas, o que así ponen su empeño en establecer la clase dirigente, gobernante o no, desde unas décadas a hoy.
España es su religión y su cultura de siempre. España son hombres y mujeres sin necesidad de indefiniciones que la lleven a la nada hacia la que camina… galopa, hoy.
Insisto ante apreciaciones ajenas, no es pesimismo, es descripción de la realidad que acontece. Párense un instante a observar, en ello nos va todo lo que nos Constituye.
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