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Antonio Palomar García
Miércoles, 31 de Enero de 2024

Martes negro fernandino en el Congreso

Apuntaba maneras la jornada vespertina del martes en el Congreso. Un runrún por los pasillos del Hemiciclo anunciaba tarde de posibles sorpresas. Corría de boca en boca la posibilidad de que Sánchez recibiera la primera gran bofetada de la legislatura de manos, precisamente, de quien le mantenía y, a esta hora, aún le mantiene en el sillón presidencial de La Moncloa.

 

Y llegó la hora, comenzaron a sucederse las intervenciones sobre la defensa de las enmiendas a la proposición de ley de amnistía al conjunto de quienes delinquieron contra tanto allá, y postreramente, por octubre del 17. Realmente impresentables e imperdonables las continuas alusiones al quehacer de nuestros jueces por parte de todos los socios de Sánchez, desde la izquierda radical a la ultraderecha catalana, ya sabemos, representada por los 7 votos del insomnio patrio. La pretendida y fallida injerencia en su labor para intentar inútilmente hacerles volver la mirada, les retorcía el gesto a cuantos decidieron expresar su parecer desde la tribuna contra los miembros del Poder Judicial que no se pliegan a Sánchez, ni a su verdadero ventrílocuo y ni a sus adláteres asociados.

 

Con Sánchez, él sabrá dónde, llegó el momento en que la esperanza en las filas socialistas comenzaba a desvanecerse a medida que el discurso de la portavoz puigdemoniana iba apuntalando, palabra a palabra, que el farol que muchos deseaban no era tal, sino una apuesta en firme por no ceder ni una coma a la exigencia del todo o nada en la que había ido y viene desarrollándose la ¿negociación? por parte del prófugo.

 

El uso de la palabra trajo de todo, desde el firme aplauso biluetarra a los términos de la amnistía que se proponía, hasta la puesta en evidencia por la derecha de VOX de un gobierno entregado y sumiso a las indicaciones previas a cualquier decisión que llegan desde Waterloo. O el discurso de Feijóo, coartado por la presidencia, quien quedaba descolocado por la sorpresa final de la tarde cuando una tal Pilar Calvo, diputada de Junts (la votación fue por llamamiento), era la primera en emitir un NO rotundo que sacudía la bancada en la que ya se hallaba un Presidente de Gobierno a quien bien, lo que se dice bien, no le sentó. 

 

No esperó al recuento y anuncio de resultado de las votaciones. Circunspecto y con cara de mala leche desaparecía de los tiros de cámara cual vampiro huye de la luz del día. Las tomas fotográficas revelaban más tarde instantáneas de semejante espantada de su poltrona que evidenciaban su estado de humor. Lo que cuentan de lo que se oía tras la puerta de no sé qué estancia, no eran precisamente risas.

 

A partir de ahí España le toca esperar de nuevo entre las dos conjeturas principales que señalaban los distintos representantes políticos en los pasillos del Congreso o en tertulias mediáticas posteriores: reiniciar de nuevo el proceso, con la devolución a la Comisión de Justicia del dictamen rechazado voto a voto, e incluir como legal todo lo exigido por el fugado; o la disolución de Las Cortes y convocatoria de elecciones generales. Opción esta última no descartable y que, según parece, podrían estar señalando ya desde los quirófanos del Palacio Presidencial. El problema ya no sería cuestión de oxígeno, sino de la oportunidad de unos nuevos comicios nacionales que requerirían de una concienzuda de una valoración de fechas (se aproximan elecciones europeas y en el País Vasco, además de la campaña gallega en capilla) y del estado demoscópico del socialismo y su líder, que hagan procedente semejante comunicación a S. M. El Rey.

 

Y España espera y desespera por saber si su Gobierno es Gobierno o sólo meros taquígrafos ocupantes de un Palacio de La Moncloa con hilo directo con Waterloo, donde una nueva armada vuelve a estrellarse con unos elementos que apuraran al máximo sus opciones, antes de que rolen de nuevo vientos favorables a una Nación que jamás previó un nuevo y tan descarado Fernando VII, otra vez, a los mandos de la nave.

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