Lunes, 22 de Septiembre de 2025

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Rodrigo Díaz
Viernes, 29 de Septiembre de 2023
Panorama Político

Investidura fallida y contubernio antidemocrático

El desenlace de la investidura de Alberto Núñez Feijóo para ser presidente del Gobierno de España, resultó fallida (término repetido por los que se hacen llamar "progres", sin serlo, porque quieren la desigualdad de los españoles en favor de una élite política corrupta), pero el mecanismo puso en el escenario el "retrato" de una serie de partidos que han hecho del chantaje y de la normalización del atentado a la Constitución española, sus herramientas de confrontación, anteponiéndolas a los principios y valores de los 172 votos de PP, Vox, Coalición Canaria y Unión del Pueblo Navarro. El resto de partidos han representado la farsa de una progresía engañosa, una soberbia basada en la mentira y un disimulo mayúsculo ante el contubernio que han reunido con intereses de todo tipo como si los pactos para cuadrar las matemáticas parlamentarias fueran cuestión de mercadeo sin escrúpulos.

 

Un presidente en funciones mudo, ejerciendo de cobarde atrincherado en su escaño (cuando se actúa así es porque se esconde algo inconfesable), utilizó a un propio en otros tiempos defenestrado y ahora ejerciendo de tonto útil para propalar insultos y aplaudido por el resto de partidos compinchados con el mercader Pedro Sánchez, esgrimiendo como único argumento de no apoyar la investidura (como dijo PNV sin escrúpulos), "porque en la ecuación está Vox", como si fuera más digno obviar a los asesinos de ETA o compartieran la política económica de los comunistas de Podemos o la de Bildu a la que Santiago Abascal retrató con precisión: "La única política económica que conocen es la del impuesto revolucionario"( de ETA para evitar el tiro en la nuca).

 

"¿Os imagináis, amigos, esta crisis en Cataluña con la mitad del Gobierno defendiendo la Constitución y la otra mitad con Podemos dentro diciendo que hay presos políticos y defendiendo la autodeterminación de Cataluña? ¿Dónde estaría España y donde estaría la izquierda?". Y a mayor abundamiento insistió el propio Sánchez con una frase contundente: "Yo lo he dicho en privado, y lo digo aquí en público (en el Congreso de los Diputados) para que conste en acta: Yo no voy a permitir, con todos los respetos, hacia los votantes de Ezquerra Republicana, que la gobernabilidad de España descanse en los partidos independentistas". Por tanto, hay constancia, si la presidenta de la Cámara Baja no dispone que se borre del Diario de Sesiones para que no haya constancia (como hizo de la frase de Santiago Abascal calificando a Sánchez del presidente más corrupto de la historia, aprovechando que Gamarra solicitó la retirada del término "piolín" de ERC a los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado).

 

Estamos ante una gran afrenta de la credibilidad política y de un político como Sánchez sin líneas rojas, ni escrúpulos, sin sentido de la medida ni del sistema constitucional, cuando sus mentiras disfrazadas de cambios de opinión le llevan a contradecirse una y otra vez. Recordemos otra de sus frases de antaño que ahora deja en agua de borrajas por sus afanosos intentos de pactar con un prófugo de la justicia como Puigdemont al que prometió extraditar y ponerlo ente los tribunales parecen un puro chiste.

 

"Creo clarísimamente que ha habido un delito de rebelión y sedición en España y, en consecuencia, deberían ser extraditados los responsables políticos", aseguró el propio Sánchez cuando pensaba de manera distintas y no había "cambiado de opinión". 

 

Con todo, también han de ser ahora los jueces, el Tribunal Supremo y el Constitucional, una vez que se cometa la felonía que "cocina" Sánchez con sus aliados, a ver qué sentido dan a la Carta Magna o si les va a valer un subterfugio como una terminología de camuflaje de la amnistia del tipo "olvido democrático de progreso y convivencia", porque esta gente sin principios ni valores disfrazan al más pintado a su modo y manera, se inventan la terminología que no escandalice engañando a propios y extraños con artilugios cargados de hipérboles porque han denigrado con frivolidad la política con lenguaje humorístico cuando no de sorprendentes salidas de tono.

 

Resultó patético ver a un presidente en funciones agazapado, gesticulando, acobardado en su escaño, sin saber qué cara poner a los epítetos que le dedicaron PP y Vox, como si de un invitado de piedra se tratara, denigrando el mandato del Rey en una sesión de investidura de la que se borró a título individual él que había solicitado seis debates a Feijóo en campaña electoral.

 

Lo cierto es que para quienes han querido disfrazar de investidura fallida la de Feijóo, el resultado ha sido el respaldo de más de 65.000 españoles en la calle contrarios a la amnistía en el acto de partido reciente, la exhibición de principios y valores que hizo el candidato a la presidencia junto al respaldo de los partidos constitucionalistas que quitaron la careta a quienes quieren parcelar España, fraccionándola como si se trata de una tarta y discutiendo sobre quien se lleva el mayor botín.

 

Ni el Rey ni los altos tribunales, pueden permitir, por omisión no cortocircuitar tamaña tropelía, porque convertirían las instituciones democráticas en el Tío Vivo del independentismo, los filos etarras, los comunistas, el sanchismo y la putrefacción de partidos, algunos de ellos, accediendo a nuestras instituciones bajo la fórmula del imperativo legal. Quienes no respetan nuestros mecanismos democráticos sí se aprovechan de él para camuflar sus ambiciones insanas y arremeter contra el espíritu del 78 que unió a los españoles llevándonos a 45 años de progreso. Una prosperidad que una serie de desalmados no pueden ponerle fecha de caducidad sin que nos rebelemos con las fórmulas que nos permite nuestra Constitución. Esta vez, la derecha constitucional va a librar la batalla de la calle, la batalla social a la izquierda en el terreno que tan propio les era a los ahora enemigos de España. Y el clamor del pueblo, veremos hasta dónde llega y que influencia alcanza. Ponerse de espaldas a la realidad no es que tenga coste político, sino que es una gran temeridad política, social y personal. Se trata de un melón sin abrir y que puede llevar sorpresa. Podría ser, incluso, el gran regalo envenenado de esta investidura fallida.

 

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