Nos encontramos en una sociedad aquejada de males profundos, donde el ciudadano ha consentido que su existencia sea guiada por una élite política, adormecido por la comodidad y la fácil adquisición de bienes de consumo, sin cuestionarse la pérdida de su libertad como un hecho innegable. Un grupo de oportunistas ha asumido el poder con el propósito de pervertirlo en su propio beneficio. Esta lamentable situación ha sido posible gracias a la destrucción de la educación y al control de los medios de comunicación, que, serviles al dinero, carecen de principios y valores, persiguiendo únicamente el interés capitalista que les proveen los partidos políticos, sin importar su color, con el único objetivo de manipular a las masas.

Asimismo, el poder judicial se ha sumido en la confusión, perdiendo su independencia debido a la ambición de poder y la vanidad de algunos magistrados. Observamos figuras extravagantes, a las que llaman jueces estrella, así como otros individuos que transitan en un constante carrusel entre la política y la judicatura, movidos por la seducción del dinero y la fama. Esta situación demanda una profunda reflexión y un llamado a la restauración de los valores democráticos y la verdadera justicia en nuestra sociedad.

En este sombrío panorama, las amenazas se ciernen sobre el futuro de nuestra convivencia democrática, la pérdida de confianza en las instituciones, la influencia desmedida de la casta política y los intereses económicos han creado un caldo de cultivo propicio para la desestabilización. La cuestión de la secesión en regiones como Cataluña y el País Vasco agrega una capa adicional de complejidad a la situación y la persistente búsqueda de independencia por parte de grupos políticos minoritarios debilita aún más la cohesión nacional y socava la unidad de España. En un momento en que la política está marcada por el revanchismo de la izquierda y la fragmentación parlamentaria, la lucha por el poder de Pedro Sánchez puede llevar a concesiones que pongan en peligro la integridad de la nación, mientras la masa aletargada parece resignada a su futuro, carente de líderes y de valor para expresarse libremente ante el temor al rodillo de los medios de comunicación que manipulan la opinión, anulan la razón e imponen un pensamiento único, el culto a la casta política, al relativismo moral y al líder supremo socialista.  

Nuestra sociedad está enferma de corrupción y no se atisba quién garantice que los intereses del pueblo prevalezcan sobre los intereses partidistas y económicos. El futuro de España como nación democrática fuerte y unificada depende de la existencia de líderes para enfrentar estos desafíos con sabiduría y visión a largo plazo, que prioricen el bienestar colectivo sobre cualquier otra consideración. Desgraciadamente nuestra indolencia y capacidad de autodestrucción como pueblo lo dificulta, por eso desde aquí hay que hacer un llamamiento a recuperar los valores ancestrales, al espíritu de los valientes para que salgan de su comodidad y den un paso al frente porque es ahora cuando los necesitamos, desde aquí lanzamos un grito: ¡Despierta España!