
Ucrania, un giro inesperado
Sorpresa mayúscula la que proporciona el giro de los acontecimientos en el conflicto en el Este europeo. La empresa Wagner, en teoría una compañía privada de seguridad, acaba de protagonizar una “asonada” en contra del Gobierno ruso, que es quién hasta ahora pagaba sus facturas.
El Grupo Wagner es bien conocido en los ambientes de las crisis en curso en diversos países. Por poner un ejemplo, su presencia en Mali es la que ha llevado a la crisis de la participación de la Unión europea en las misiones de entrenamiento de las fuerzas armadas locales. Hay quién calcula sus efectivos en el conflicto ucraniano hasta unos 25.000, bien armados, como fuerza de vanguardia que han sido hasta este preciso momento.
Que, bien pensado, parecía una magnífica solución: enviar a los puestos de mayor riesgo a expresidiarios enrolados por una paga y por una amnistía para los delitos que les llevaran a las cárceles rusas. Cárceles que yo desconozco, pero podría apostar a que no son mejores que Lledoners, por poner un ejemplo. A la simple inspección de la figura, es una magnífica estrategia de ganar-siempre. Por parte del Estado, porque con un poco de suerte se le alivia un poco la factura de gastos por presidiarios. Por parte de los criminales, porque no sólo se les amnistía y se les paga, sino que también les permitiría seguir cometiendo crímenes si fuera menester.
Que no digo que sean lo mismo, no se me vaya a mal interpretar, pero la idea no es nueva, si no que proviene (¡¿cómo no?!) de la genial creación de los Blackwaters por parte de un Gobierno estadounidense harto de tener que rendir homenajes públicos a los soldados norteamericanos que caían en el cumplimiento del deber, y de tener que dar explicaciones a sus familiares.
Según su (¿cómo llamarlo?, ¿Jefe?) Presidente (de los Wagner), Evgueni Prigozhin, la situación ha entrado en crisis después de que el Gobierno ruso no proporcionara los suministros necesarios para seguir manteniendo el ritmo del combate de primera línea en las regiones ucranianas ocupadas, llegando a acusar, además, de haber sido bombardeadas por el Ejército ruso, alguna de las bases que ocupaban los mercenarios. Así que han decidido sublevarse. Y pisando a fondo los aceleradores de sus carros de combate, se han plantado nada más y nada menos que en Rostov-na-donu. Y de ahí, han enfilado Moscú.
Una vez más, bienvenidos al festival de la desinformación. En esta maldita guerra es que nadie dice la verdad.
Hay un asunto que me parece que nadie contempla, y si lo hacen, nadie quiere hablar de ello: ¿Cuánto le ha costado a Occidente el cambio de bando de la “empresa de seguridad”? El cómo se ha fraguado la cosa, es fácilmente deducible. El quién...¿qué quieres que te diga? Aquí el tema está en la cantidad.
Que, mírenlo bien, el tema de la posible desafección de unos mercenarios se da en “Primero de Dirigente de país”: nunca confíes en que un mercenario te será fiel. Y hay ejemplos. El Mossad puede proporcionar muchos de ellos. Y sin irnos muy lejos, aquí, en España, también podríamos poner nombres de expolicías que pasaron por la cárcel y que luego pusieron en crisis al Estado cuando empezaron a contar sus aventuras...
Hay ya grandes titulares que hablan de Guerra Civil en el interior de Rusia, y sesudos analistas que ya dan a Putin por amortizado. Y aunque en esta guerra el riesgo de equivocarse es muy elevado, sinceramente, no estamos en el Siglo XIX y una asonada protagonizada por tan escasos efectivos no debería poner en jaque a un Gobierno que controla un país de enormes recursos, tanto humanos como materiales. Y, en rebeldía, los suministros a los que tenían acceso como unidades de las Fuerzas Armadas rusas serán más difíciles de conseguir.
No parece que esta asonada vaya a ser coronada por el éxito. Eso sí, no va a ser una simple jaqueca para Putin. Nos lo dirá dentro de unos días el señor Prigozhin desde alguna playa de arenas blancas y aguas turquesa, mientras sus “trabajadores” lucharán por su vida más cerca o más lejos de Moscú.
Y a los especialistas de Langley: Chapeau.
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