
España... ¿No os duele España?
Vivimos unos tiempos en los que no se suele, con las prisas en todo, reflexionar lo suficiente. Alejarse, tomar perspectiva, ver, contemplar, respirar, analizar, querer comprender, si acaso entender, empatizar en su caso…
Aquí, en este pequeño terruño histórico tan, a veces, solo, otras deseado por propios y extraños, vivimos también un tiempo sombrío; una época en la que dominan los ‘hijastros’, que no los hijos; un periodo de su historia, un segmento de su dilatado tránsito en sus múltiples epopeyas, en el que marchan decisiones, modos de hacer, maneras de ejecutar desde ese poder que se supone ha de servir para mejorar la vida de todos, en los que se está padeciendo las consecuencias de una elevada falta de capacidad, de egoísmos a veces enfermizos…
La adelantada de España en África, la que soporta la línea muchas veces tensionada del límite territorial en la constitucionalmente protegida unidad de la nación, se encuentra en un trascendental momento de complicada encrucijada. Lugar al que llegamos inermes, exánimes, casi en el límite de caer inánimes…
Nos han traído hasta aquí en el peor momento en los que la política replicada de ‘El Príncipe’ de Maquiavelo está destrozando principios y valores con el único ánimo de mantener el poder, pero ya despojados de dignidad. Maquiavelo, en su obra, se interesó por presentar la mecánica del gobierno, prescindiendo de las cuestiones morales, y formulando los medios por los cuales el poder político puede ser establecido y mantenido. En la medida en que el fin del Estado es garantizar la seguridad y el bienestar, el gobernante tiene derecho a valerse de medios inmorales para la consolidación y conservación del poder.
Y así nos vemos ahora…
En Ceuta, la voracidad de quienes pululan entre las alcantarillas del poder ha encontrado un hábitat excelente para habitar unos, y cohabitar otros. La falta de firmeza, de personalidad y de defensa de rector valores, la inexistencia de carisma, de liderazgo individual entre los miembros del grupo seleccionado por el mismo Jefe para elevar el nivel, es una merma incontenible para una ciudadanía que se ve perdida, desamparada, dividida… en la que la falta de una línea común de intereses compartidos provoca una suerte de guerra de guerrillas entre distintos sectorcillos de una sociedad que luchan por mantener cierta influencia en el manejo de las tomas de decisiones de un poder sin tanto poder, en manos de otros para el desastre en el devenir de lo que tatatarabuelos, bisabuelos, abuelos, padres y ahora hijos han conocido. Cuando pasen los años, las décadas y se mire atrás ¿Cuál será la herencia que se habrá dejado? ¿Qué se recordará de aquéllos que hoy protagonizan la conducción de esta tierra en plena encrucijada?
Mientras España rompe, desde el Gobierno, con Montesquieu; se destrozan los contrapesos que nos han traído por más de cuatro décadas a través de un océano de libertad, paz y cierta prosperidad democrática, la partitocracia impuesta y de la que no es ajena la ciudad, se permite, aplaude, y se ‘colabora’ con ello. Y se hace tanto por acción como por omisión. El silencio político es cómplice. Y aquí en Ceuta es muy ruidoso ese silencio. Antes lo propio, el mantener como sea el sitio, que con valentía alzar la voz; el manido mantra de la singularidad. Palabra que, a fuerza de nombrarla, exigirla como argumento permanente, nos está haciendo verdaderamente especial. Una singularidad acallada por el rocío constante de euros, pero cuya ‘singularidad’ sólo se ve reflejada en algunos aspectos normativos de carácter económicos, pero no en los cruciales de los que pende en realidad su futuro.
En pleno asalto a los poderes, a legislar acorde a los intereses de los delincuentes y de los que quieren romper con las estructuras del Estado, favorecer que se trocee la nación, y que se opaquen las instituciones… aquí el silencio es -como dije- ruidoso.
Libertad, respeto, libertad sin ira, pero libertad. El canto de Jarcha que pedía el oxígeno de libertad en una sociedad, en el 78, para dar paso a otra forma de hacer, pensar y relacionarse, vuelve a estar vigente hoy en su demanda ante un aire absolutamente viciado por falta de ella. El miedo, el temor a decir, hablar, a pensar, a manifestar opiniones en público se ha instaurado en esta sociedad...
Tanto que se nombra a Ceuta, a España, parece que Ceuta no duela, que España no les duela.
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