
Mentiras
Decía Jean François Revel: “La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”. Cada vez se confirma más este vaticinio.
Y no sólo porque tengamos instaurado en España un gobierno que ha hecho de la mentira su forma habitual de expresión de tal forma que cualquier comunicación que este Gobierno hace no es sino una burda deformación de la realidad. Parecen haber sido ellos y no Valle-Inclán quién haya inventado la deformación del esperpento.
No voy por ahí. La afirmación de Revel me ha venido a la cabeza con el asunto de la demanda de Amber Heard contra Johnny Depp. Sinceramente, no me interesó nada al principio, pero mis hijas iban relatándome aspectos del juicio y de las consecuencias que iban teniendo los diferentes testimonios. Lo reconozco, al final me interesó.
Vamos a ver. Una mujer denuncia que su marido (consumidor de estupefacientes, borracho conocido, vapuleado por los medios de comunicación social...) le maltrataba hasta el punto de haberla empujado por unas escaleras y de haberla violado. Es decir, los claros ingredientes para que un machirulo, como les gusta decir a las histéricas feministas siempre ofendidas, sea condenado sin juicio previo. Sin lugar a dudas, Depp era culpable.
Pues resulta que no. Que el jurado ha determinado que la denunciante mintió descaradamente.
Ni qué decir tiene que desde el primer momento Depp fue inmediatamente juzgado por la plebe, declarado culpable y condenado de antemano a perder contratos y a ser puesto en la picota. Se le llevó a juicio por mero trámite, porque estaban todos seguros de su culpabilidad.
Con rapidez envidiable, las histéricas del “Me Too” se solidarizaron con Heard, quién, sin duda, tenía razón y por supuesto todos los movimientos woke hicieron lo mismo. De modo que Depp se presentó en el juicio para defender su inocencia y no para que Heard demostrase la verdad de sus afirmaciones.
Hoy en España, los varones también tienen que demostrar su inocencia, porque las leyes liberticidas de la coalición en el poder, han conducido a ello. Este asunto demuestra que cada vez más se está aprovechando la coyuntura favorable para que algunos varones den con sus huesos en prisión sólo porque lo dice una mujer, aunque su testimonio haga aguas por todas partes. Se ha dicho muchas veces. Las leyes inicuas han acabado con la presunción de inocencia.
Pero el sistema woke, con este asunto, puede entrar en crisis. Hasta ahora circunstancias como la de aquel delincuente que manifestó sentirse mujer y, consecuentemente, fue condenado a una prisión de mujeres resultando al poco tiempo que varias mujeres auténticas quedaron embarazadas, no dejaban de ser una anécdota. Y, además, pasaban muy desapercibidas.
Cada situación tiene su contrapartida. Así, los juzgados de género de Madrid están viéndose con un montón de denuncias que acaban archivadas porque los varones denunciados se declaran mujeres masivamente para evitar que cualquier tipo de problema entre dos personas de distinto sexo se convierta inmediatamente en un asunto de género. Y dado que la dialéctica woke sólo entiende que son punibles los asuntos en los que interviene un varón contra una mujer, cualquier asunto entre una mujer y otra no puede entenderse como violencia de género. Así que, dentro de muy poco, la práctica totalidad de los varones que pasen por un juzgado manifestarán sentirse mujeres.
Así conseguiremos que los woke apoyen a todos por igual.
O no. Porque para ser realmente woke, en España, se necesita un certificado expedido por organizaciones respaldadas por la extrema izquierda. Así podrás secuestrar a tus hijos. Y si la Justicia comete la torpeza de condenarte por un delito, ya estará el Gobierno para corregir el error e indultarte. Porque una mujer woke no secuestra un hijo, es una “madre protectora”. Lo mismo que puedes matar a un individuo que lleve unos tirantes con la bandera de España, después de haberle llamado fascista, y que no se aprecien motivos ideológicos.
Y no hablemos, por lo menos en esta ocasión, de que alguien que se vista de flamenca y no haya nacido en Andalucía está perpetrando una “apropiación cultural”.
Y luego los racistas son los otros...
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