
Una falsa inclusión en la sociedad
Igualdad, inclusión, sociedad con valores. Expresiones que escuchamos a diario, en todos los ámbitos, en el mundo de la política, por parte de especialistas en la materia, pero ¿se persiguen realmente en el día a día?
Observamos en nuestra Región como los discapacitados que tienen que ir en silla de ruedas se encuentran con barreras arquitectónicas miremos hacia donde miremos nuestros municipios no están a la altura de las circunstancias.
La inclusión o más bien la exclusión social en el entorno escolar es cada vez más reconocida como una forma de agresión en la que un niño está expuesto al daño a través de la manipulación de sus relaciones sociales y su estado.
En los centros públicos realmente esta exclusión es una realidad. Por poner un ejemplo claro de exclusión en las aulas, diremos que en primer curso de secundaria hay aulas desde la A hasta la F, siendo esta última con la que los profesores no quieren invertir mucho tiempo ni ser su tutor porque es donde se encuentran los alumnos “conflictivos”, normalmente extranjeros.
Los niños son niños en todas partes y si desde bien pequeños nos educaran en casa y desde el colegio con igualdad, respeto hacia el prójimo y con equidad, no nos encontraríamos con estas brechas de desigualdad en los centros de enseñanza.
Ya llegan al instituto señalados con el hándicap de “problemáticos” y ellos lo notan (es una sensación notoria y respirable en el ambiente) por lo que se comportan como se espera, comienzan a dar problemas, se les habla con un tufillo a desprecio, pero el trato con los padres no se queda atrás. Se les subestima, se les hace sentir que con sus hijos se está haciendo un favor y que no están aprovechando el mismo. Los padres, que normalmente no hablan el castellano con soltura, dan las gracias a la vez que asienten con la cabeza, se marchan con ese peso en su espalda, sintiendo el fracaso personal y el peso que conlleva en su interior.
La administración tiene un grave problema y es que detrás de la palabra administración hay personas con prejuicios y con falta de principios y valores que luego trasladan a los usuarios del sistema. No debería ocurrir, pero el ego y la falta de empatía entran en juego a la hora de tratar a los demás, olvidando la vocación al servicio público que se le presupone al personal de las administraciones públicas.
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