Literalmente se encuentra en la calle. A pie de calle. Ni más ni menos que firmando autógrafos de uno de sus libros. Se le ve hecho un flan. Un niño grande esperando los reyes. En Granada la Cabalgata es un lujo al alcance de dioses.

Miguel Ulecia es amigo de clase de los agustinos. Un ceutí estimado al que se le considera toda una eminencia. Hasta su jubilación profesor en la Facultad de Medicina de Granada. Su especialidad el corazón.

Tanto y tanto se puso a mirar el cardiólogo en los corazones cual brujo. Que, sin ser su propósito, descubrió que las personas habían tomado un rumbo equivocado: vivir sin sentir el órgano de los sentimientos. Tan así que tal circunstancia llegó hasta oídos del maldito virus, visitante turístico de la ciudad.

El maldito virus se fue a por él. Le dio una cornada de muerte. Suficiente para acabar con la vida de cualquier mortal. Error de bulto.

Miguel Ulecia no es un ser corriente, uno más. No es un mediocre. Pese a ello, su batalla a vida o muerte fue dura. No podía ni caminar. Ni tantas cosas habituales que realizamos en las jornadas sin apenas darnos cuenta del verdadero valor de la salud.
 

Miguel Ulecia lleva escrito varios libros. Su pasión por las historias del mundo de la medicina en la Granada de los tiempos perdidos en el ayer.

Está en Granada. Está firmando autógrafos .Está vivo de por vida.

Falta, será su libro más llamativo, sus conclusiones finales sobre el triste motivo según el cual la solidaridad humana está en serio peligro de extinción.

Que el médico investigador histórico, amigo de corazón, me guarde un ejemplar.