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Antonio Marchal-Sabater
Jueves, 24 de Junio de 2021

El oprobio

«La libertad es la vida del alma; la servidumbre hace vil al varón. Defender a un tirano es oprobio; perecer por la patria es honor. Andrés Bello».

 

Les juro que hoy, la segunda vez que me dirijo a ustedes, no quería volver a hablarles de indultos, separatistas, golpistas ni de Pedro Sánchez ni de la madre que los parió a todos.

 

Pero mi grado de indignación es tal que no puedo sustraerme. Como español me siento agraviado. Veo nuestra dignidad tirada por los suelos. Sé que con esta introducción me voy a ganar el calificativo de fascista; pues miren, tal y como algunos han dejado el concepto, casi debo decirles que me siento orgulloso.

 

Resulta que ahora los fascistas somos los que respetamos la Constitución, el ordenamiento jurídico, las instituciones, nuestra historia, la lengua, la dignidad democrática y jurídica del Estado, o sea, que sí. Que si me lo llamara un alemán le mentaría a la madre, pero si me lo llama un progresista español me siento orgulloso.

 

Hoy me ha venido a la mente una frase de esas que te marcan desde el momento que la lees. Es de Winston Churchill —ya no quedan hombres como aquellos—, iconos de la dignidad humana y de su patria.

 

«… Esto no es más que el primer sorbo, el primer anticipo de una copa amarga que nos ofrecerán año tras año, a menos que, mediante una recuperación suprema de la salud moral y el vigor marcial, volvamos a levantarnos y a adoptar nuestra posición a favor de la libertad, como en los viejos tiempos (…) Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra».

 

Hoy hemos visto como al salir de la cárcel ninguno de los indultados ha tenido una palabra amable para ningún español, ni siquiera para el que los ha excarcelado. Muy al contrario, este, ha tenido que sufrir —no sé si ese sentimiento se le puede atribuir a Pedro Sánchez, quien miente como un bellaco y lo hace sin rubor alguno, mientras mira al tendido sin descomponer el gesto— las represalias de sus admirados secesionistas en el Congreso. Oír como su promesa de concordia rodaba por los suelos. Ni en el hemiciclo ni en la puerta de la prisión de Lledoners, los beneficiarios de este insulto han reconocido el gesto como un acercamiento.

 

Todos ellos han mandado un mensaje claro y diáfano: han conseguido la rendición del Estado, el impulso que necesitaban para volver a hacerlo cuanto antes mejor. Su soflamas golpistas han conseguido que sus acólitos los reciban entre honores y vítores, mientras ellos prometían que lo volverían a hacer.

 

Lo harán, no les quepa la más mínima duda. No hoy ni mañana ni quizá en esta legislatura. Repetirán sus hechos cuando haya un cambio de gobierno, cuando otras personas intenten devolvernos la dignidad perdida y ellos decidan que es el momento justo. Se aprovecharán de su libertad y del cambio de legislación penal al respecto, que el gobierno les tiene preparado. Ese será el próximo trago amargo, el que nos abrirá boca para el tercero: la vuelta de Puigdemont en coche descubierto por la diagonal barcelonesa.

 

Volviendo a remedar a Churchil, diré: «esto no es más que el primer sorbo, el primer anticipo de una copa amarga que nos ofrecerán año tras año». No solo es cierto que nos la brindarán, es que, además, nos taparemos la nariz y nos la beberemos de un trago. Lo hicimos durante la Primera República con la revolución cantonal de julio de 1873, en octubre de 1934, en septiembre de 2017 y lo vamos a sufrir de nuevo —nosotros sí lo hacemos— durante este decenio.

 

Lo resolveremos, lo hicimos en esas ocasiones y lo volveremos a hacer. En los dos primeros casos el intento de secesión terminó en guerra, en el de 2017 los pasos son calcados a los de octubre de 1934, al menos entre ese mes y el 22 de febrero del mismo año, día en que Azaña indultó a los sediciosos, apenas tomó el cargo de modo interino en sustitución de Portela Valladares, el cual había dimitido cuatro días antes.

 

Lo menos que podía hacer Sánchez desde ya, es dimitir —en esto coincido con Casado—. Si justificó la moción de censura a Rajoy por corrupto, ahora que él ha liberado a los delincuentes confesos, juzgados y condenados, ¿dónde queda su honestidad? ¿O es que acaso el delito de sedición y malversación no es otro modo de corrupción? Cabría preguntarse otra cosa: el indulto en contra del criterio de todos los estamentos que deben concursar en él, ¿no lo es también?

 

 Y si al final lo único que consigue Sánchez es mantenerse dos años más en la Moncloa con el favor de los indultados, ¿no estaríamos ante un delito de cohecho?

 

«artículo 420 del código penal: incurrirá en cohecho la autoridad o funcionario público que, en provecho propio o de un tercero, recibiere o solicitare, por sí o por persona interpuesta, dádiva, favor o retribución de cualquier clase o aceptare ofrecimiento o promesa para realizar un acto propio de su cargo…»

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