Inmigracion / Menores
Marruecos convierte a sus menores en las principales víctimas de la crisis desencadenada en la frontera
En las naves, según testigos presenciales, no hubo organizado un reparto de alimentos y agua durante más de 24 horas

Cientos de menores deambulan aún hoy por las calles de Ceuta y otros cientos se encuentran en muy precarias condiciones en naves comerciales del polígono del Tarajal, cuatro días después de que Marruecos, al abandonar el control de la frontera, desatase la crisis migratoria que sufre la ciudad. Muchos de los adultos que se lanzaron a las aguas fronterizas, engañados por la falsa idea, propalada en su país, de que podrían quedarse en España, están regresando de forma voluntaria. Pero el caso de los menores no acompañados es mucho más complejo.
Las cifras solo pueden ser estimativas, pero en estos momentos se sabe que los niños, adolescentes y jóvenes menores de 18 años que han dormido en las naves del Tarajal eran unos 800, porque 780 han sido los test de antígenos de Covid realizados por Cruz Roja. De ellos, ha habido nueve positivos, un dato tranquilizador, aunque solo en parte, porque por las calles de Ceuta aún deambulan centenares sin mascarilla. Sobre todo en el centro y la zona portuaria, aunque también en otros lugares como Benítez o la Almadraba, continúan vagando multitud de grupos de jóvenes entre los cuales se encuentran menores.
La mayoría porta bolsas de plástico con alimentos y algunos enseres, y por la noche les hemos visto dirigirse con cartones a algunos lugares donde duermen. En total, y según los datos oficiales, podrían ser unos 1.500 los llegados con estas entradas masivas. La Ciudad Autónoma ha puesto a disposición de las familias un teléfono para que puedan localizar a sus hijos, y además, hay activo algún grupo de Facebook creado con el mismo fin. En la frontera se ha visto también a familiares ceutíes de algunos de los jóvenes marroquíes que cruzaron, acompañándolos para devolverlos a sus padres. “Es mi cuñado”, explicaba ayer uno de ellos que guiaba a un grupo de jóvenes hasta el paso fronterizo, agarrando por los hombros a uno de ellos. Allí, un militar repetía la misma pregunta una y otra vez como único requisito para franquear el paso a Marruecos: “¿Quiere volver voluntariamente?”.
La Ciudad Autónoma se ha visto totalmente desbordada por esta situación, con centenares de menores hacinados en naves que no reúnen las condiciones de salubridad e higiene y en las que, según testigos presenciales, no hubo organizado un reparto de alimentos y agua durante más de 24 horas. Muchos de los menores llegaron descalzos, en bañador y solo han dispuesto del abrigo de las mantas repartidas por Cruz Roja, que también se ha hecho cargo de las necesidades alimenticias. Por su parte, Cáritas ha proporcionado también alimentos a algunos de los que se encuentran en la calle. El proceso de filiación, que lleva a cabo un equipo del Cuerpo Nacional de Policía en el interior de las naves, es complicado, y aún más las comprobaciones para determinar si se trata o no de menores de edad, algo que solo puede certificar, una vez realizadas las correspondientes pruebas médicas, la Fiscalía de Menores.
A esta situación se suma además el hecho de que con anterioridad a esta crisis, el Área de Menores de la Ciudad, responsable de los niños en situación de desamparo, tutelaba ya a más de 400 en el albergue de La Esperanza, casas de acogida y el centro de reforma de Punta Blanca, a los que se suman los que de forma habitual viven en las calles, en zonas como las escolleras del puerto, que se niegan a ser dirigidos a centros de acogida y cuyo propósito es colarse en alguno de los barcos que salen de Ceuta con destino a la península.
Las imágenes de la bebé rescatada por un guardia civil en el agua o de la niña de apenas siete años sacada a hombros de la valla fronteriza por un legionario han dado la vuelta al mundo, pero en las naves del Tarajal y en las calles de Ceuta hay en estos momentos otras cientos de historias de desamparo, y también de manipulación y engaño a quienes más vulnerables son: “Marruecos, malo. En Marruecos, no trabajo. España, buena, quiero quedarme en España”, repiten, casi como un mantra, los jóvenes, algunos, apenas niños, a los que los periodistas preguntamos por las calles.
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