Hay en Cataluña un grupo de personas que se van acercando a un punto de no retorno y eso debe preocupar cuando de violencia y amenazas se trata. Echar gasolina donde hay fuego es peligroso. Me refiero a esas personas que amenazan a jueces, ciudadanos, policías, funcionarios, periodistas, manifestantes, tenderos, conductores, paseantes que van solos, paseantes que van en grupo y paseantes que van con mascota.

En el País Vasco también hubo personas a las que no solo les gustaba jugar con fuego, sino que acabaron haciendo uso de él contra los autobuses de transporte público, vehículos policiales y los propios agentes e incluso contra los comercios que no les gustaban. El fuego llegó a “purificar” hasta una librería. Era su Fahrenheit 451 particular, y crearon un ‘manual de guerra’ para enfrentarse de manera más efectiva a quienes no pensaban como ellos.

La violencia callejera tuvo consecuencias fatales en Euskadi. Los radicales llegaron a editar un “Manual de Guerra” para enfrentarse a la fuerzas de seguridad y no ser identificados. También se pedía recoger todos los datos posibles de los agentes para distribuirlos en los lugares de reunión de los radicales. Unos folletos que en opinión de destacados políticos vascos “incitaban a la violencia” y buscaban “crear enemigos porque carecían de argumentos”.

Desgraciadamente, la historia reciente, la más cercana a nosotros, nos puede traer fantasmas que pusieron en peligro la concordia y la convivencia entre los ciudadanos. Todo apunta a que en Cataluña hay fracturas que costará recomponer. El desacato a las leyes, la deslegitimación del recurso a la fuerza del estado a través de sus funcionarios preparados para tal misión es un mal camino por donde ya se ha transitado con unos malos resultados todavía no superados.